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Ingil, el coreano que se tomó una calle quiteña con su comida
Una pareja de coreanos llegó de luna de miel y por la pandemia se quedó en Quito. Los platillos no le duran ni 10 minutos porque la gente hace enormes filas. Su éxito le permitirá abrir un local
“¿Vendrá hoy?”, murmuran un grupo de jóvenes que hacen fila en la vereda de la avenida Naciones Unidas, en el norte de Quito. Una mujer con un carrito de bebidas les responde que Ingil Kim nunca falla.
A las 12:00, aparece Ingil, coreano de 29 años, empujando un cochecito sobre el cual lleva una hielera térmica cargada de 50 kimbaps o sushi al estilo coreano, el manjar esperado por todos y que lo ha lanzado a la fama en las redes sociales en tan solo tres meses. “Quise probar qué tal me va y me puse en la esquina con los kimbaps. A la gente le gustó”, relata.
La venta no dura más de 10 minutos, a pesar de que ha tenido que racionar la cantidad de platillos por persona: solo dos. Sonríe al ver la hielera vacía, pues su trabajo empieza a las 06:00. Compra los ingredientes: arroz, salchicha, zanahoria, col, algas marinas, salsa de sésamo y los prepara tal como aprendió en su país, al que no ha vuelto en tres años.
“Vine con mi esposa para aprender español y la pandemia nos cambió los planes”, dice el coreano.
La idea era quedarse unos meses y pasear por el país, pero la COVID-19 los obligó a quedarse en Quito. Esa eventualidad se convirtió rápidamente en gusto por el clima, por la comida y sobre todo por la gente. “Es muy cariñosa”, comenta Hyangseon Lee, esposa de Ingil.
CULTURA COREANA
La música, el baile y el cine coreano han dado la vuelta al mundo y Ecuador no es la excepción. Una de las razones de la popularidad de Ingil es que los jóvenes buscan expresiones culturales que los acerquen a esa zona del continente asiático.
Cristian y Madeleine hacen fila por unos 40 minutos. Piden dos porciones de sushi y caminan hacia el parque La Carolina para comer. “Es la segunda vez que venimos, sobre todo porque somos fanáticos de la cultura”, cuenta la chica.
La primera vez que se cruzaron con el emprendimiento, comieron con recelo, pero les encantó y no les importa la espera con tal de saborear el platillo. “Además, esta comida es más sana y con menos condimentos. Es muy buena”, agrega Madeleine.
Para otros, la novedad fue la que los llevó hasta Ingil. Jéssica Simbaña se ‘pegó’ el viaje desde Calderón, en el norte de la urbe, para probar los rollitos.
ESTÁ CRECIENDO
Lo que empezó como una prueba ahora se convertirá en un negocio, pues tanto ha sido su popularidad que ya ha podido reunir dinero para abrir un local. “En unas dos semanas ya lo tenemos listo”, cuenta Ingil.
Eso no es todo, de lo que fue un viaje de luna de miel pasó a ser una vida en medio del paisaje andino. Hyangseon está por dar a luz a su primer hijo que será ecuatoriano. “Me gusta vivir aquí y me gusta sobre todo el hornado”, cuenta.
Aparte, la pareja da clases de coreano por internet, lo que les ha permitido conocer a decenas de personas que los han hecho sentir como en casa.