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¡El hombre que rezaba por su mujer deja una lección de amor y fe en Ecuador!
Fueron 53 días los que Luis Aguilar elevó sus rezos mirando hacia las ventanas del hospital de Portoviejo. Hoy su imagen es ícono en época de Covid.
Las 08:00 de cada día quedarán marcadas por siempre en el patio trasero del Hospital de Especialidades Portoviejo, en Manabí. En ese lugar, el amor y la fe tienen hoy una nueva estampa que los dignifica en tiempos de COVID.
Se trata de la imagen de Luis Aguilar. Durante 53 días, a esa hora, rodilla al piso sobre los fríos adoquines, con su mochila en la espalda y la mirada clavada hacia el piso 2, donde se hallaba internada su esposa infectada con COVID-19, él escribió una historia de fidelidad única.
Había ingresado a inicios de diciembre del año pasado, afectada por el mal. Su esposo se contagió primero, el 14 de noviembre, y se había aislado en un cuarto, por lo que no sabían cómo se había infectado ella.
Ya recuperado él, su misión fue velar por su amada. No podía abrazarla. Ni tan siquiera verla. No podía ingresar al hospital. Por ello, puso su fe en los médicos y en Dios. Con los primeros hablaba sobre su esposa y su estado de salud cada día; con el Supremo hablaba en su interior, le oraba, le pedía por la mujer con la que pasó los últimos ocho años y con quien aún tenía muchos sueños por cumplir.
Lleno de fe
“El Señor es mi pastor, nada me faltará”, repetía una y otra vez entre sollozos. Su voz se entrecortaba por un nudo en la garganta. Oraba, a la vez, por todos quienes como su esposa se enfrentaban a este mal. Y por sus familias. Y por el amor de su vida, siempre. Una y otra vez por ella.
“El poder de Dios no tiene límites (...), yo tengo a la mejor esposa del mundo”, decía inundado en lágrimas Luis.
Su presencia allí nunca fue un ‘amague’ para ser famoso. Nunca buscó cámaras ni querer ser viralizado en redes. Más bien prefería la paz y el silencio del patio para conversar con Dios. Para decirle a su amada Leslie, pues estaba seguro de que sus palabras le llegaban a través de la bendición divina, que su mamá se había venido desde la ‘Yoni’ para acompañarlo en su dolor.
Luis le pedía a Leslie que vuelva. Y le contaba cómo se portaba cada día su pequeña perrita Taira. Le decía que su mascota la extrañaba tanto como su familia.
Le recordaba sus sueños, sus días felices, sus bromas, sus peleas bobas y sus ratos a solas. Hablaba con ella cada día a través del Señor. Hablaba cada mañana, cada día... hasta la noche del viernes, cuando los médicos le dieron la infausta noticia: Leslie no pudo más. Su lucha había terminado. Dios se la había llevado.
La noticia entristeció no solo a Luis, sino que hizo llorar a toda una provincia que se unió en oración por su salud.
Hoy, los rezos al piso 2 del hospital quedan solo como un símbolo. Leslie se fue... pero el amor y la fe de Luis seguirán intactos. Siempre.
Una lección a los jóvenes
La partida de Leslie y los rezos de Luis dejan un duro mensaje a quienes se creen ‘Superman’ ante la COVID-19. “Hay muchas personas que dicen que a los jóvenes no les da. Mi esposa está en una cama en terapia intensiva. A la juventud sí le da y es fuerte. Mi esposa tiene destrozados los pulmones”, exclamaba entre lágrimas Luis, horas antes de la muerte de su pareja, exhortando al cuidado y prevención del virus.
El viernes, la noticia entristeció no solo a Luis, sino que hizo llorar a todo Manabí, que se había unido en oración por la salud de la fémina. Los restos de Leslie fueron cremados.