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La historia de Florinda y Lucinda, las dos guerreras centenarias que vencieron al COVID
Son las 'madrecitas' que sobrevivieron cuando el asilo Hogar del Anciano San Pedro de Alausí sucumbió en la pandemia, en enero de 2021.
Florinda Moreta -piel agrietada, cabello blanco- se apoya sobre el espaldar de una silla de ruedas que más bien parece su trono. Dicen que ella es la reina del Hogar del Anciano San Pedro de Alausí, en Chimborazo. Dicen que debió ser una líder importante de su comunidad. Dicen que tiene un novio y que se llama Ángel.
A unos pasos, bajo una pérgola, Lucinda Chogllo -manos gastadas, nariz ancha- rasga papel. Dicen que le encantan las manualidades. Dicen que es independiente. Le dicen, de cariño, la Cushita...
En aquel asilo hay 28 adultos mayores. Pero Florinda, de 107 años, y Lucinda, de 101, son las mayores. Estas dos mujeres centenarias vencieron al coronavirus cuando el geriátrico sucumbió en la pandemia, en enero de 2021, y se llevó a siete después de que el virus, como un temido cazador, invadiera la residencia. Su residencia. Y hoy, en el Día de la Madre, este Diario, como un homenaje, recuerda sus historias y cómo terminaron allí.
Es martes. Y hace calor. Sentada cerca de viejitos que ríen, gritan, conversan, toman el sol, Jéssica Rivera, la psicóloga clínica de la casa hogar, tiene en sus manos las fichas de nuestras protagonistas. Ningún dato confirma que fueran madres. Quizás nunca lo fueron. Nadie sabe. Pero en San Pedro de Alausí, fundación sin fines de lucro, les llaman: “Mama Flori” y “Mama Lucinda”...
Larga vida
Florinda, nacida en la comuna de Teligote, Pelileo, fue acogida en el asilo una tarde de octubre de 2008.
El presidente del Cabildo había remitido días antes una carta a la directora de aquel entonces solicitando que recibieran a la adulta mayor, sola y sin familiares cercanos, porque -continúa- “la comunidad me ha pedido que por caridad busque un lugar donde ella pueda estar segura en los últimos días de vida”.
Doce años después, el corazón caprichoso de Florinda, la reina, late más que nunca. Por la vida. Por el amor. El apelativo de monarca se lo han dado por ser la más longeva del lugar. Y porque “le gusta salirse con la suya”. ¿Espíritu rebelde? Quizás.
Sin antecedentes familiares, Rivera cree que Mama Flori, 1,14 metros de estatura y 29 kilos, en su juventud debió ser una líder importante de Teligote. Los comuneros, desde que la dejaron en el centro, han estado pendientes de ella. La visitan dos o tres veces al año y llevan productos propios de la localidad. La última vez la vieron, a través de las rejillas, en marzo de 2021. ¡La pandemia!
Que era colaboradora, que era muy conocida, que era buena persona, que vivía sola... es su pasado. Ahora, en la casa hogar, tiene otras historias que contar, como la de su noviazgo con don Ángel Huilcapi -sin dientes, caballero, dulce-. De unos 76 años. Cupido debió haberlos flechado mientras conversaban en el parque del geriátrico. Se besan. Se toman de la mano. También se enojan.
- “¡Flori!”, grita la psicóloga cerquita de su oreja. “¿Dónde está Ángel?”, le pregunta. “¿Dónde está?”, repite.
La ancianita, que no escucha bien y cuya pupila del ojo derecho está cubierta con una nube grisácea, balbucea:
- “Está con la una, con la otra (...) no me hace caso a mí”.
Entonces Ángel se acerca, cariñoso, y le dice:
- “¡Florinda!”, “¡Florinda!”. Cansado de insistir, se da la vuelta y espeta: “Ya no quiere hablar”.
Dice Jéssica que cuando discuten, a Flori le duele todo. No come. Pero le toman los signos vitales y la ‘abuelita’ enamorada está bien. ¡Es caprichosa! Además, su salud sorprende. No tiene un deterioro emocional. No tiene patologías. No toma pastillas permanentemente. Sí tiene buen apetito, como Lucinda, la otra centenaria y residente de San Pedro de Alausí.
Un día de marzo de 2012, la Cushita llegó de la mano de una sobrina que la dejó. Le gusta deambular por el geriátrico, pero siempre con cuidado. Puede caer. Mide 1,36 metros y pesa 40 kilos. Es más grande y fuerte que Florinda, incluso puede caminar por sí sola. Eso sí, con la ayuda de un bastón.
De ella se sabe que es de Gonzol, Chunchi. Que nadie la visita. Que era solitaria y no quería compartir con los demás. Hoy sonríe, porque le han cuidado tanto desde su llegada que no tiene ninguna patología. A veces reprocha cuando le asignan alguna tarea, como rasgar papel: “No pagan”, increpa. Pero la cumple.
El hogar...
El asilo que acoge, en su mayoría, a adultos mayores sin familia se fundó en 1985. El vicepresidente Miguel Ulloa, nacido en Alausí, recuerda que hacía 36 años seis mujeres tuvieron la idea de crear este lugar. No había dinero. Entonces obtuvieron la ayuda económica de un centro social de los tres estados, Nueva York, New Jersey y Connecticut, en Estados Unidos, (de alauseños) el cual estaba presidido por Ulloa.
Primero era solo comedor. Luego se convirtió en residencia. Tres pabellones. Cocina. Comedor. Hay una capilla -y sala de velaciones- que fue donada por una “paisana alauseña”: 35.000 dólares.
Debido a la pandemia no ha habido mantenimiento. Está prohibido el ingreso de extraños. “Tenemos problemas, porque prácticamente baños y desagües están colapsados”, lamenta Ulloa. Y le temen al virus. No olvidan lo que vivieron en enero pasado...
35 adultos mayores y 11 trabajadores se contagiaron. Fue entonces cuando se conoció que Florinda y Lucinda, con más de 100 años, luchaban contra el virus. Unos cinco días en el Hospital Básico de Alausí recibiendo oxígeno. Batallaron. Respiraron. Y sobrevivieron.
Su regreso a la casa hogar fue una nueva esperanza, como un analgésico al dolor que había dejado la partida de los residentes.
Amelia Muñoz, presidenta de la fundación desde julio de 2020, dice: “Nosotros tratábamos de cuidarles mucho, pero cuando llega la hora, llega la hora. Fue terrible ver a los ancianitos que se nos iban... ahora pedimos a Dios que todo regrese a la normalidad”. El personal, 22 trabajadores, ya fue inmunizado.
Las ‘madrecitas’ centenarias están a salvo por ahora. Florinda y Lucinda se han quedado para alegrar a quienes los rodean. Porque siguen llenas de vida. Porque respiran amor. Porque sus miradas no se han apagado. Porque son unas guerreras...
Su labor
La psicóloga Jéssica Rivera explicó que el centro tiene convenios con el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y con el Gobierno Autónomo Descentralizado de Alausí. El servicio que brindan es integral: psicología, terapias física y ocupacional, trabajo social. Es el equipo técnico de la fundación. Y lo que se busca es prevenir su deterioro cognitivo. Muchos adultos mayores no tienen escolaridad, presentan discapacidades. Además, se les hace a todos valoraciones gerontológicas.
Para precautelar la vida de los ancianos, este Diario realizó la crónica vía Zoom. Si desean colaborar con las necesidades que tiene la fundación, pueden contactar al número 098-430-9854.