Exclusivo
Actualidad
Guayaquil, desde las 'tripas' del manso
Entre faenas y viajes, los canoeros que zarpan desde Durán han sido testigos silenciosos de la modernización del Puerto Principal
Una oficina sobre el agua. Un espacio de camaradería, charlas y ‘camello’. En eso se ha convertido el extremo de la calle Sibambe, colindante con el río Guayas, en el cantón Durán. Allí funciona un improvisado pequeño puerto de pescadores artesanales, quienes parten para capturar especies marinas y venderlas en Guayaquil.
En aquel lado de la citada calle se desembarca el producto, resultante de las faenas, en lavacaras con hielo. Gavetas con pescados ‘desfilan’ desde una escalera ubicada a un costado del sitio, que conduce al área de atracamiento de las canoas.
Las embarcaciones son atadas a los troncos de dos árboles con ramas cortadas, que están plantados en una pendiente formada por grandes rocas, pegadas entre sí con cemento. Unos jornaleros van y otros llegan. Se reúnen a diario, desde el mediodía y durante la tarde.
Los canoeros vienen de generaciones de familias dedicadas al mismo oficio sobre el caudaloso Guayas. Una tradición que se mantiene, a pesar del tiempo. Por eso se sienten parte de la historia de la Perla del Pacífico, que en este fin de semana celebra 485 años de proceso fundacional.
Dos caras
Uno de los pescadores es Wilfrido Wacón, de 30 años, 10 de los cuales lleva dedicado a esta labor. Su padre ejerció la misma actividad y él se inspiró en su ‘viejo’ para continuar con el legado, a pesar de que nunca salieron juntos a trabajar.
Para Wacón, cada jornada en el Guayas es una nueva “aventura”. Sus andanzas no solo le han permitido ‘parar’ la olla, sino observar desde la ribera los contrastes de la ciudad. Pues, según dice, desde el afluente se notan claramente dos distintos ambientes: uno desde el actual Palacio de Cristal (antiguo Mercado del Sur) hacia el norte y el otro desde el mismo punto hacia el sur.
En la primera ubicación prima el malecón; en la segunda, algunas viejas industrias y astilleros abandonados. Dice que ambos escenarios denotan que el Puerto Principal se ha ido modernizando, pero que aún conserva parte de su antigua infraestructura.
Con esa visión trata de hacerse una idea de cómo era la ciudad al final del siglo pasado, cuando aún no existía el centro comercial que hay ahora en el malecón y en cambio en esa zona había uno que otro barco anclado y utilizado a modo de bar.
La modernidad de ahora le hace pensar cómo la pesca de río ha ido disminuyendo de a poco. “En el día, a veces se pescan dos o tres peces y cuando la jornada está buena, hasta seis. Hay otras ocasiones en que no se coge nada”, cuenta.
A pesar de aquel ‘tiro al aire’ en que se ha convertido el negocio, Guayaquil siempre es vista por él y sus colegas como una capital de la compra y venta, especialmente en el mercado de la Caraguay, donde los mariscos que ofrecen son ‘caída y limpia’.
Trayecto del vaivén
La travesía por el manso Guayas es toda una experiencia de equilibrio corporal, describen Wacón y Jaime Medina, otro desafiante de las aguas. Ni bien la canoa es desatada del pintoresco puerto durandeño empieza a sentirse un ligero bamboleo de derecha a izquierda característico, a la par de que se va avanzando hacia adelante.
Hay lanchas que son dirigidas por remo, como se estilaba en antaño, y otras que cuentan con un motor fuera de borda, pero que igual llevan el par de palos de madera por si se daña la maquinaria o se quedan sin combustible.
Cada embarcación tiene tres asientos (uno en medio y dos en cada extremo). Si el pescador anda solo se sienta en la mitad para nivelar el peso; si van dos lo hacen uno en cada punta. En cada zambullida del remo el agua suena dependiendo de la fuerza del impulso. El vaivén sigue, mientras gotas diminutas van salpicando en el rostro. Y si una lancha pasa cerca, el movimiento es mayor.
Medina tiene dos partes favoritas del trayecto. Una es cuando se acerca al tramo del malecón Simón Bolívar, donde está ubicada la noria La Perla. El otro momento que le gusta es pasar a unos 40 a 50 metros del hemiciclo de La Rotonda y observar a la gente paseando o ver cuando se asoman para disfrutar de las aguas turbias del río. Eso le transmite paz y lo motiva para aguantar el ‘bache’, si es que la jornada va ‘pintando’ mal.
En una ocasión se arriesgó a pescar en la noche, justo para esta misma época del año, y vio cómo en el cielo reventaban los juegos pirotécnicos en homenaje a la fundación de la urbe. Fue algo inesperado, pues no sabía que estaba programado dicho espectáculo. Se sintió como en una película ‘gringa’ de esas en que los estadounidenses celebran su independencia el 4 de Julio.
Lleva 20 de sus 40 años en este oficio. Nunca se dedicará a otra cosa porque es su modo de vida, asegura. “La pesca es tradición, desde pequeños andamos en esto y nos sostenemos en ello con el fin de tener dinero para la comida”.
El momento clave del trabajo consiste en tirar la red de pesca al agua, una malla de piola con botellas de plástico vacías adheridas para evitar que se hunda. Los jornaleros suelen capturar corvinas y bagres que los venden a dos ‘latas’ y a 0,80 centavos la libra, respectivamente.
Nuevas camadas
En los recorridos fluviales a veces suele verse a pescadores de vieja leva con ayudantes ‘pelados’, que apenas tienen la mayoría de edad. Son llevados por los experimentados para que empiecen a navegar en esta profesión.
El objetivo es que tengan una forma de ganarse la vida, pero que también crucen el ‘charco’. Esta frase metafórica hace referencia a que los jóvenes, unos de Durán, del mismo Guayaquil o de comunas del golfo, en algún momento trabajen del otro lado del Guayas, en la “bella ciudad”, como la llama Medina.
La historiadora guayaquileña Jenny Estrada comenta que la pesca en el Guayas es tradicional desde tiempos de antaño, aunque con el paso de los años y la contaminación dejó de practicarse como antes.
En su época de mayor auge, en las embarcaciones se ponía una vela triangular, a fin de aprovechar el viento que corría por el afluente. También se colocaba un accesorio para protegerse del sol.
Estrada asegura que en el Guayas se pescó siempre con fines comerciales. En el estero Salado, en cambio, la actividad se inclinó por lo deportivo, pero además “se recogían ostiones en la parte de los mangles, hasta que nacieron las ciudadelas de invasiones y contaminaron todo”.
Lo que solía encontrarse en el río
Antiguamente se pescaban bocachicos, jaibas, caritas, damas y guanchiches. “El sancocho de bocachico era un clásico de la gastronomía de la ciudad”, indica Estrada.
Añade que el caldo de bagre, otra de las especies habituales de este río, ganó fama por ser altamente vitamínico. Siempre solía realizarse el preparado para la gente que estaba perdiendo la memoria.
“Todavía queda en la mente de gente mayor la broma de que cuando no se acuerdan de algo deben tomar el caldo de cabeza de bagre, por la cantidad de fósforo que contiene”, dice Estrada.