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El pasado 11 de marzo, en el parterre central de Las Cañas aparecieron fundas con restos humanos. Aun así, el comercio no se detuvo.EXTRA

Guayaquil: ¿Por qué los cuerpos desmembrados en Nueva Prosperina ya no causan terror?

A pesar de la violencia, la vida continúa como si nada ocurriera. En lo que va del año, se han hallado 28 restos humanos dentro de sacos y fundas

Los hallazgos de cuerpos desmembrados y ensangrentados han dejado de causar terror entre los comerciantes de Las Cañas, un sector ubicado en el noroeste de Guayaquil, entre la cooperativa Balerio Estacio y Monte Sinaí.

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En menos de un mes, esta zona se ha convertido en escenario de crímenes atroces. El 11 de marzo, tres fundas negras con restos humanos fueron abandonadas en el parterre central de una vía, camufladas entre basura. Doce días después, el 23 de marzo, aparecieron nuevos bultos con partes humanas en el mismo sitio. El caso más reciente ocurrió el domingo 6 de abril: dos fundas con restos fueron halladas y, cien metros más adelante, una cabeza cercenada.

Pese a la brutalidad de estos crímenes, los comerciantes del lugar, ubicado en el distrito Nueva Prosperina —el más violento del país—, aseguran que el miedo se ha diluido. Esta jurisdicción lidera las cifras de homicidios en Ecuador: 282 asesinatos en lo que va del año. También encabeza los registros de cuerpos desmembrados, con 19 de los 28 casos contabilizados en toda la Zona 8.

Este Diario recorrió el sector para conocer de primera mano cómo impactan estos hallazgos atroces en quienes, a diario, deben levantar sus negocios sobre calles manchadas con la sangre de víctimas descuartizadas con saña.

3 hallazgos de piezas anatómicas en fundas y sacos en menos de un mes en Las Cañas.

Comerciante: “La maldad del hombre ya no me sorprende”

Este vendedor de plátanos verdes, se topó con la macabra escena de un cuerpo mientras abría el negocio.CHRISTIAN VINUEZA

Eduardo, comerciante de verdes, dice estar acostumbrado a convivir con la violencia. “Soy cristiano, me congrego, pero esto ya es parte de la rutina. No es la primera vez que veo algo así. En los últimos días he visto al menos tres muertos y no sentí nada”, confiesa mientras acomoda las fundas en su puesto.

Nació en Quinindé, Esmeraldas, pero vive en Guayaquil desde hace 40 años. Desde niño ha sido comerciante ambulante, trayendo productos de Vinces y Quevedo. Hoy sobrevive en Las Cañas, un barrio asediado por el crimen, donde —dice— ya nada lo sorprende.

“Aquí se están matando entre bandas, y nosotros, los que trabajamos, seguimos como si nada”, relata con resignación. El 6 de abril, cuando se encontró el último cadáver, pensó que era basura. “Vi el saco tirado, pensé que era una funda más, pero noté que chorreaba sangre. Fue ahí que entendí... pero no sentí miedo. Me di la vuelta y seguí trabajando”.

Su mirada es firme y serena, como la de quien ha aprendido a convivir con el horror. “Dios me protege, y yo solo pido que no me toque a mí ni a mi familia. Pero esta zona ya está perdida”, sentencia.

Vendedora:“Ya no hay respeto por la vida”

A la guayaquileña le ha tocado seguir trabajando, mientras la Policía realiza el levantamiento de los cuerpos.CHRISTIAN VINUEZA

“Aparecen como perritos en la calle, ya no hay respeto por la vida”, lamenta Luz María, una guayaquileña de 53 años que reside en la cooperativa San Ignacio de Loyola, cerca de Las Cañas.

Vende bolones para subsistir, aunque admite que la violencia se ha vuelto parte de su rutina. “La gente se asusta al ver un cuerpo, claro, pero con el tiempo uno se acostumbra. Se vuelve el pan de cada día. Ya no salgo con miedo, salgo resignada. Lo que tenga que pasar, pasará... sólo Dios sabe”, reflexiona.

Cuando ocurre un crimen, asegura, la Policía puede tardar hasta dos horas en llegar. “Uno sale sin saber si lo van a matar, robar o desaparecer. La gente mira con susto, se aleja y al rato todo sigue como si nada”.

Madre de seis hijos ya adultos, Luz María lleva cuatro años en su puesto de venta. Aún recuerda uno de sus momentos más duros: encontrar fundas negras en la calle que, al principio, parecían basura. “Cuando se supo que eran restos humanos, me quedé fría. Más que miedo, sentí tristeza. Pensé en los padres de esas personas. ¿Quién puede dormir tranquilo después de ver algo así?”, dice, bajando la voz.

A pesar del miedo y la crudeza del entorno, ella no ha dejado de trabajar. “He seguido como si nada, porque no tengo otra opción. De esto vivo”, comenta mientras acomoda su bandeja. En su mirada cansada se adivina una mezcla de fatiga y resistencia: la fortaleza de quien aprende a sobrevivir sin perder su humanidad.

Comerciante: “Eso no se olvida”

A escasos metros de su negocio aparecieron cuerpos desmembrados, cuenta Jhonny.CHRISTIAN VINUEZA

Jhonny ha sido testigo de al menos seis o siete asesinatos en los últimos dos años. A esas escenas se suman los hallazgos de tres cuerpos desmembrados, imágenes que han dejado una huella profunda en la comunidad.

“No soy curioso cuando eso pasa, prefiero seguir de largo”, dice Jhonny, quien vende plátanos verdes, maduros y frutas en un improvisado puesto cercano al mercado. Lo más estremecedor que ha presenciado: un cuerpo sin cabeza en plena vía pública. “Eso no se olvida”, murmura, evitando el contacto visual, como si reviviera el horror.

Originario de Los Ríos, vive en Guayaquil desde hace más de treinta años. Recuerda que su barrio, alguna vez, fue distinto. “Antes la gente se quedaba conversando en las veredas hasta tarde. Ahora, a las siete de la noche, todos están encerrados”, comenta con melancolía.

Pese a todo, Jhonny no abandona su trabajo. Como tantos otros, ha aprendido a coexistir con el miedo. “Uno se acostumbra, aunque no debería”, reflexiona. Su rostro, curtido por el sol y el cansancio, revela el peso de quien sobrevive cada día entre la violencia y la necesidad.

El experto:La violencia extrema se ha normalizado

Para el psiquiatra y psicólogo forense Segundo Romero, la normalización del hallazgo de cuerpos desmembrados, desde una perspectiva psicológica, se debe a un proceso de desensibilización progresiva que sufre la sociedad debido a la repetición constante de actos violentos.

“A medida que la violencia extrema se vuelve más frecuente, el impacto emocional inicial se reduce con el tiempo, lo que lleva a las personas a percibir estos crímenes como eventos más comunes y menos perturbadores”, explica.

Romero señala que este fenómeno de habituación ocurre porque el cerebro se adapta a los estímulos intensos, reduciendo la respuesta emocional ante ellos.

Además, la constante exposición a estos crímenes a través de las redes sociales contribuye a una aceptación pasiva, donde la violencia se internaliza como parte de la realidad cotidiana.

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