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En la 18 el ‘cuerpeo’ se hace agua
Según los dueños de los prostíbulos, han perdido más de la mitad de sus clientes por la prohibición de venta de bebidas alcohólicas en dichos lugares
Quien pensaba que el sexo en los prostíbulos era un mero acto coital se equivoca. Las bielas que sudaban heladas sobre las mesas eran una especie de juego previo a los orgasmos pagados, para algunos de sus más asiduos clientes.
Y no porque las chicas ahora lucieran mascarillas, lo rociaran entero con alcohol y le impidieran ejecutar posiciones que impliquen cercanía de rostros, sino porque tenía que embestir ‘en seco’, dice entre risas antes de ingresar al lugar.
“Antes uno llegaba, se pegaba una cervecita para coger valor o para conversar, simplemente”, cuenta el cuarentón que, si bien entiende y respeta la medida de que no se vendan bebidas alcohólicas en los centros de tolerancia, cree que esta era una protagonista que hace falta en la dinámica de ‘ir al chongo’.
El 23 de septiembre de 2020, el Comité de Operaciones de Emergencias (COE) de Guayaquil permitió la reactivación económica del barrio de tolerancia, luego de que los dirigentes de las asociaciones de centros de diversión nocturna presentaran un proyecto de reinserción laboral.
Aunque en el documento se incluía un instructivo para la venta de bebidas alcohólicas, el COE dispuso que estas quedaban prohibidas dentro de estos establecimientos. Los clientes regresarían para tener sexo y nada más.
Luego de un poco más de tres meses de funcionamiento, con una interrupción de 13 días por el estado de excepción declarado por el presidente Lenín Moreno el pasado 21 de diciembre, los 54 locales de la 18 se llenan de polvo. Todo, a excepción de los cuartos, parece una casa en remodelación, con sillas y mesas amontonadas.
Si bien Brenda Rentería, presidenta del barrio de tolerancia, está conforme con la reapertura de los locales, ve con temor la decadencia por la que, asegura, están pasando los chongos. De los 54 establecimientos que hay en la 18, solo 20 están funcionando. Cree que es por la prohibición del consumo de alcohol.
“Las trabajadoras sexuales no vienen porque dicen que sin la venta de cervezas, aquí no hay vida. Ellas prefieren estar en la calle, comprar alcohol en cualquier tienda e irse a hoteles o casas clandestinas”, cuenta. Entiende que la medida fue lanzada para evitar las acostumbradas aglomeraciones que hay en los centros de tolerancia, pero la lógica de los ‘chongueros’ es otra.
Lucía lo sabe bien. Desde hace dos años ejerce la prostitución en la zona. Es de Manabí, pero radica en Guayaquil y tiene 22 años. Cree que por su edad, aún no tiene la suficiente ‘valentía’ de muchas de sus compañeras, que han preferido ejercer en la clandestinidad. Volver a la 18 no fue como antes porque, detalla, sus clientes han bajado en un 75 por ciento porque son raros los que llegan directamente a tener sexo.
A pesar de eso, prefiere tener que ajustarse económicamente a correr el riesgo de que le ocurra algo malo en la calle, sin la vigilancia del personal de seguridad que, actualmente, se para en las puertas de ingreso a medir la temperatura y rociar alcohol en las manos de quienes llegan.
José Morán es administrador de un prostíbulo donde antes de la pandemia trabajaban 20 meretrices. Actualmente, llegan a 10 con suerte. El resto, se queja, se ha quedado en la calle.
Reitera que, con la nueva modalidad de estos negocios, el número de clientes ha bajado en un 80 por ciento y también lo atribuye a la prohibición de venta de bebidas alcohólicas.
Aunque su compañera María Vera, también administradora de otro burdel, entiende la causa de la medida, no la justifica. “Es que las autoridades prohíben que se venda licor aquí dentro, pero vaya vea afuera cómo venden. Lógicamente, las chicas ya no quieren venir acá porque no hay clientes. Prefieren comprar su botella en una tienda e irse a un hotel. Es lo que está pasando allí afuera”, reniega.
Operativos
Las cifras de operativos y clausuras en Guayas revelan, en parte, de lo que habla Vera. Luis Chonillo, gobernador de la provincia, detalló que durante el 2020, la Intendencia de la Policía realizó 32.135 operativos, 1.183 fueron en bares y 466 en prostíbulos. De este global, durante el año pasado hubo 226 bares y 68 centros de tolerancia cerrados por incumplir con las medidas de bioseguridad y/o venta de bebidas alcohólicas.
Chonillo comenta que la pandemia provocó que los centros clandestinos para ejercer la prostitución y expendio de alcohol proliferaran. Aclara que cada COE cantonal es el que dicta las medidas de funcionamientos de cada negocio. “En cada cantón (del Guayas) hay distintas realidades. En algunos se implementaron los restobares, donde venden bebidas alcohólicas, pero de acompañamiento”, indica.
Por ejemplo, cantones como Daule y Naranjal aprobaron el funcionamiento de bares, discotecas y centros de diversión nocturna, para incentivar la reactivación económica. En Guayaquil, Samborondón o Milagro, no, según lo que las autoridades han mencionado, para evitar aglomeraciones y más contagios.
Sin embargo, para los dueños de estos negocios, esto propicia la clandestinidad donde no hay un control a la salud de las sexoservidoras. En la 18, por ejemplo, Rentería asegura que para poder trabajar, las chicas tienen que presentar una prueba de COVID-19 negativa junto con su credencial profiláctica de rutina.
Costumbre
Para el sociólogo Homero Ramírez, las prohibiciones, en una sociedad como la ecuatoriana, son como un ‘imán’ que atrae a lo que ‘no se debe hacer’. Y ya quedó sentado en el campeonato de Barcelona, cuyos festejos llenaron avenidas porteñas a pesar del toque de queda que rigió en los 10 últimos días del año pasado. Hace esa comparación con lo que sucede en el trabajo sexual actualmente.
Si bien los prostíbulos están abiertos, no constituyen las mismas dinámicas que atraían a los clientes de estos lugares que, lejos de lo que se piensa, no llegaban exclusivamente por las chicas. “La mayoría de estos usuarios y no solo el guayaquileño, sino el ecuatoriano, busca en estos locales una distracción que va más allá de tener sexo”, explica.
Sugiere que las medidas restrictivas deberían analizarse desde el punto de vista sociológico y cultural, pues, a pesar de que existan, las personas ven en una limitante una especie de reto, que “cuando lo realizan en la clandestinidad representa una especie de privilegio, de logro”, analiza.