Exclusivo
Actualidad

El ascensor no tiene vidrios ni paredes ni ningún acabado de lujo. Es solo una estructura práctica que hasta ahora le ha funcionado a sus dueños.Jorge alvarado

En un barrio de Guayaquil a una abuelita le construyeron su propio ascensor

El amor a una madre logró que sus hijos le hallen una solución para poder bajar y subir en silla de ruedas, sin los peligros que corría anteriormente

No se trata de cualquier aparato que se vea todos los días en las viviendas de nuestras ciudades y mucho menos en sectores populares como la parroquia Febres Cordero, ubicada en el suroeste de Guayaquil.

Esta historia trata de un elevador o montacargas sin vidrios ni botones y que fue construido en la parte externa de un inmueble de hormigón de tres pisos y que, si bien no tiene los lujos y estándares de cualquier ascensor moderno, luce único, algo extraño e imponente entre las modestas casas de la barriada de la calle Letamendi, entre la 13 y la 14 ava.

Su propietaria o mejor dicho su única usuaria es Teresa Pesántez viuda de Mora, nacida en Cuenca hace 86 años, quien tiene una dispacapacidad que le impide caminar desde hace cinco.

"¿No habrá algún problema si esto sale en la prensa?", pregunta la abuelita de rostro bonachón a dos de sus hijos y una nieta,  quienes, junto a ella, aceptaron contar a EXTRA la historia de la osada construcción del montacargas de unos 12 metros de altura. Osada, porque prácticamente lo hicieron ellos mismos, con ayuda de un experto en soldadura.

"Antes de la idea del ascensor había que cargarla entre cuatro personas para sacarla de la casa y llevarla al médico a sus chequeos, y no la podíamos porque era muy pesada, incluso un par de veces se nos cayó y se le causó heridas", cuenta María Mora, una de los cinco hijos de Teresa.

Cómo nació la iniciativa

Paola Manzano, nieta de la adulta mayor, cuenta que sus tíos lo que hacían era poner una especie de baranda de metal para que pueda deslizarse la silla de ruedas, "pero seguía siendo algo muy dificultoso y también peligroso porque mi abuelita se podía caer y sufrir graves consecuencias".

Luego, David Mora recuerda que a su hermano Kléber, quien es ingeniero civil, se le ocurrió construir el elevador o montacargas en la parte frontal de la casa y en enero de 2019, con la ayuda de un soldador de gran experiencia, se pusieron manos a la obra.

Cuando el aparato iba tomando forma, la gente del barrio y los transeúntes se paraban a mirar y a preguntar qué obra estaban haciendo. Pocos atinaban a adivinar o advertir que se trataba de un elevador.

Por estar fuera de la casa, la obra no requirió de un foso, lo que facilitó tareas y ahorró dinero. Cuando finalmente estuvo lista, luego de tres meses de trabajo y una inversión de más de $ 4.000, llegó el momento de probarla. Los hijos de Teresa decidieron que por ahora la estructura no lleve paredes  de vidrio o algún otro material y que solo iba a ser para uso de su madre, quien vive en el nivel intermedio de la edificación.

"La primera vez me subí estuve bien asustada", recuerda con lucidez la octogenaria, a quien la pandemia de coronavirus la dejó sin su amado esposo, Alcides Mora, en 2020. Pero ella asegura que hoy ya utiliza el elevador sin ningún temor alguno.

David recuerda que no tuvieron necesidad de sacar ningún permiso para hacer la obra porque ninguna autoridad lo requirió o se acercó a demandarlo.

Por cierto, las nuevas leyes que rigen en el país exigen una mejor atención a las necesidades de personas con discapacidad y tercera edad y, las normas de construcción, como la que rige en Guayaquil, obligan al uso de sistemas electromecánicos de circulación vertical para edificaciones de más de 4 pisos.

Acerca de esta iniciativa, Josué Real, un arquitecto guayaquileño, especialista en seguridad de edificaciones, recuerda aquella famosa frase de que la madre de los inventos es la necesidad.

"Debemos aplaudir lo que ha hecho esta familia, pero debe cumplir con las normas de seguridad exigidas por las entidades competentes para avalar que ese medio de transporte sea óptimo para su funcionamiento", advierte Real, al ser consultado por este Diario.

Luego recuerda que los ascensores electromecánicos (que funcionan a través de electricidad y dispositivos mecánicos), tienen la redundancia de varios cables de acero, para que, en caso de romperse uno de estos por obsolescencia o por desgaste, automáticamente quedan los otros soportando el peso. 

"Si en un cable de acero de 30 hilos se rompen más de cuatro, hay que cambiarlo completamente (por seguridad de los usuarios del ascensor)", acota Real, quien también es especialista en sistema contra incendios y siniestros.

Gran demanda de ascensores

El transporte vertical, rápido y cómodo, se vuelve cada vez más necesario para la vida en condominios y rascacielos y Ecuador no es la excepción, donde hasta antes de la pandemia, la demanda de estos dispositivos llegaba a la media de 700 unidades al año. Si bien las normas de construcción, como la que rige en Guayaquil, obligan al uso de ellos en edificaciones de más de 4 niveles, los presupuestos no siempre alcanzan para instalarlos. Por eso en nuestro país los ascensores siguen siendo un artículo para segmentos socioeconómicos medios y altos.

Incluso en muchas de nuestras edificaciones altas, la tasa de elevadores que requieren de recambio luego de más de 25 y más años de vida útil, es alta, según los entendidos, ante lo cual, en 2015, en Quito surgió una empresa llamada Gerless Corp Elevator, que provee un aparato rápido de instalar, diseñado especialmente para gente con discapacidad y cuyo costo no sobrepasaba los $ 5.000. Se trata del ascensor neumático, tubular, que no necesita de foso para su instalación y su cabina asciende por la presión atmosférica, sin cables de tracción.

Actualmente el mercado ofrece ascensores tubulares para personas con discapacidad. Son más económicos y no requieren de grandes obras para su instalaciónreferencial

Este aparato unipersonal sería ideal para Teresa Pesántez, cuya familia cuenta que el aparato que ellos han construido con esfuerzo propio les ha dado tranquilidad a todos y que cada tres meses le dan mantenimiento, consistenete en una revisión, limpieza y en un nuevo engrasado de las piezas mecánicas.

"¡No me quiten mi ascensor!"

Luego de casi 3 años de uso del elevador de Teresa, el cable metálico que hace posible la elevación de la cabina o canasta metálica, merece ya un cambio, admiten sus hijos María y David, pero aseguran que es muy costoso y que su madre, por su discapacidad, demanda de otros gastos como pañales, medicinas, e implementos de aseo personal. 

"Si en un cable de acero de 30 hilos se rompen más de cuatro, hay que cambiarlo completamente (por seguridad de los usuarios del ascensor)".

​Josué Real, experto en seguridad de edificios

Además del elevador electromecánico los Mora Pesántez han tenido que implementar otro aparato de suspensión en el cuarto de su madre. Se trata de una máquina que eleva a la señora a través de una polea con arneses, para pasarla de la cama a su silla de ruedas y viceversa.

"El no poder caminar me dan ganas de llorar a veces", cuenta la adulta mayor. "Ojalá que por lo menos nunca me falte mi ascensor".