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Golpeados por la desgracia: En Ecuador cada 26 horas es asesinado un menor de edad
Policías y funerarios también son trastocados emocionalmente ante la violencia criminal que se ha ensañado con niños y adolescentes
Ver sangre derramada suele ser traumatizante, pero mucho más cuando se trata de la de un ser inocente, un niño o un adolescente que desafortunadamente ha sido víctima de la violencia desatada por los criminales. En la actualidad, los asesinatos de menores de edad son tan frecuentes y comunes en Ecuador, que no solo resulta doloroso para sus familiares, también incómodos para quienes por su profesión tienen que levantar o trabajar con estos cadáveres.
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Miguel (nombre protegido) tiene 10 años siendo parte de la Policía Nacional, y cinco de ellos ha laborado en el área de Criminalística. Por ser parte de esta unidad policial le toca ir a las escenas de los crímenes, levantar los casquillos y otros indicios que permiten aportar con la investigación del hecho, pero también debe manipular los cuerpos para buscar algún tipo de vestigio.
El oficial, de 32 años y oriundo de la Sierra, reconoce que pese a la firmeza y templanza de su carácter, observar y tratar con el cadáver de un niño lo doblega y hace que por segundos pierda la solidez que debe caracterizar a un policía para enfrentar hechos como estos.
“Soy policía, pero antes que todo soy ser humano. Aflige ver el cadáver de un niño y tener que manipularlo. No tengo hijos, pero sí sobrinos, y enseguida pienso en ellos, le pido a Dios que los cuide de cualquier peligro, creo que uno no está preparado para ver a un familiar siendo parte de esta cruenta realidad que cada vez es más agobiante. Antes causaba asombro el crimen de un niño y eso ocurría una vez al año, ahora en ciudades como Guayaquil y Durán, donde presto mis servicios, hay dos o tres de estos hechos por semana. Esto es doloroso”, afirma el oficial.
En Ecuador cada 26 horas es asesinado un menor de edad. Del 1 de enero al 13 de septiembre han matado a 234: 39 de ellos tenían menos de 12 años. La Zona 8, conformada por Guayaquil, Durán y Samborondón, es donde se ha registrado el mayor número de víctimas mortales y de acuerdo a datos proporcionados por la Policía Nacional, el 46 por ciento de los crímenes de menores de edad ha ocurrido en esta jurisdicción. En provincias de la Sierra es menos frecuente el asesinato de menores de edad, aunque sí se registran (ver infografía).
Un agente (solicitó la reserva de su nombre) de la Dirección Nacional de Delitos Contra la Vida y Muertes Violentas (Dinased), entidad de la Policía encargada de investigar asesinatos, relata lo desgarrador que se ha vuelto para él tener que llegar a una escena del delito y ver a un inocente entre las víctimas de la violencia.
Entre sus anécdotas como policía recuerda el caso de un menor de edad, asesinado en el sur de Guayaquil justo el día en que celebraba 7 años de vida. “Es difícil, nosotros como policías debemos hablar con la familia para entender la motivación del hecho y dar con los responsables, pero ¿cómo abordar a una madre que ha perdido lo que más amaba: su hijo? Es duro y traumatizante también para nosotros y, lamentablemente, estos son casos que se están dando con frecuencia”, sostiene.
Pero el impacto y conmoción de estos hechos también lo experimentan funerarios que han tenido que reconstruir cadáveres de adolescentes y niños, a quienes los proyectiles han destrozado sus frágiles cuerpos.
Katty Mejía, quien tiene 20 años prestando servicios funerarios, resalta que la muerte de los niños antes se producían más por enfermedades, lo que hacía más llevadero ver el dolor de sus seres queridos.
“En esta profesión jamás había visto tantas muertes de niños, pero este año el mayor impacto que hemos tenido es tener que ver a menores asesinados, en su mayoría adolescentes; pienso en mis hijos, en mis sobrinos, al verlos es como si estuviera viéndolos a ellos. Mientras los preparo para el velorio los miró y me pregunto ¿por qué, si eran seres inocentes? Lamentablemente, lo que está pasando en el país es terrible que a nosotros como funerarios también nos golpea anímicamente”, expresa.
A Katty, quien tiene tres hijos, dos de ellos adolescentes, se le quiebra la voz al recordar cómo quedaron los cuerpos de dos niños a quienes le tocó embalsamar y cubrir los orificios dejados por los tiros, para que sus familiares puedan velarlos y darle sepultura.
“Acompañamos a los parientes a la morgue para que hagan el reconocimiento del cuerpo, somos los encargados de ponerlos en la cajita, pero cuando se trata de un niño siento que se me desgarra el corazón. Hace poco mataron a una niña de 9 años, justo de la edad de mi hija, a pesar de que este oficio me ha permitido ver de todo, observar su cuerpecito, los orificios de entrada y salida de las balas fue tan doloroso que hasta lloré. Trato de ser fuerte para brindarle fortaleza al familiar, pero este caso fue tan agobiante”.
Confiesa que otro de los casos que la derrumbó fue el crimen de un niño de menos de 2 años, hecho ocurrido en una urbanización de Daule, en enero pasado; en este suceso además fallecieron cuatro adultos. “Llegaron a matar a su padre, pero al primero que le cayeron los tiros fue al bebito, tenía disparos en el rostro, en la cabeza, en el brazo, cuatro tiros en total. Me tocó sellar sus orificios con mucha delicadeza. Pido a Dios que la maldad ya no llegue más a los niños y que a los míos me los proteja, que no tenga que vivir un dolor así, ya no encuentro palabras de consuelo para los padres de estos niños”, afirma.
El guayaquileño Washington Morales Lupercio desde hace 5 años se dedica a la formalización de cadáveres, oficio que desempeñaba con normalidad hasta que lo tocó ‘atender’ a menores asesinados. “No es lo mismo un adulto que un niño, alrededor hay padres que lloran. Tengo hijos y me resulta muy doloroso, la piel se me ‘enchina’. Es conmovedor ver cómo el nivel de maldad está acabando con seres inocentes”, afirma.
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