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Quito: se ganan la vida limpiando la maleza y la inseguridad
Tres ‘vecis’ recorren la capital con picos, rastrillos y azadones. Dejan ‘papelito’ las calles y parques. Residentes les agradecen con comida.
Ángel Punina es un as con el machete. Durante una década, el hombre, de 45 años, ha ganado tal destreza que es capaz de adecentar cualquier matorral en solo unas horas.
No lo hace solo. Su hijo Franklin y su amigo Patricio Asas lo acompañan en las tareas que aprendieron en su natal Ambato. Allí, pertenecen a una asociación que se encarga de dar mantenimiento a las áreas verdes de la ciudad.
Sin embargo, la pandemia los había dejado sin ‘camello’ por un buen tiempo, hasta que un ‘pana’ les avisó de un trabajo en la capital.
Fue así como llegaron hasta el barrio La Argelia, en el sur de Quito. Allí, rentaron una vivienda desde donde, cada mañana, salen para cumplir con su oficio en barrios como Toctiuco, San Juan y San Diego.
“Esto era botado y bien peligroso. Los vecinos han sido buenos, nos regalan algo de tomar y pancito”, explica Ángel, mientras hunde el rastrillo en las hierbas de una escalinata en La Ermita, centro de la urbe.
Dice que su oficio es duro, pero sabe que la situación está difícil y debe ganar el sustento para su familia. “La gente del campo no le corre a ningún trabajo. Sí es pesado, pero aquí seguimos”, añade el ‘veci’.
Los tres trabajadores son bastante rápidos a la hora de dejar ‘papelito’ un lugar. En La Ermita, por ejemplo, limpiaron más de seis mil metros cuadrados en solo dos días. Primero cortan, luego rastrillan y finalmente retiran con el azadón la maleza de adoquines y bordillos.
Seguridad
Patricio siente que lo que hace va más allá de limpiar. Para el vecino, el oficio ‘blinda’ a la comunidad de la inseguridad. “Cuando cortamos la hierba, los ‘choros’ ya no tienen sitio donde esconderse. Todo queda más claro también”, dice.
Para el hombre, de 25 años, darle un futuro mejor a su hijo fue la motivación para aprender a usar la guadaña. Y aunque le dolió dejar su comunidad, Llangahua, sabe que en la capital tiene más oportunidades.
“En Ambato no hay tanto descuido en los parques y en las calles. Quito es más grande y hay más trabajitos”, cuenta.
Franklin es hijo de Ángel y aprendió de su padre a usar el pico y el azadón. Entre los tres se distribuyen las tareas y, aunque su favorita es la rastrillada, se acopla a las necesidades del grupo. “No solo se trata de dejar limpio, se trata de conseguir un sitio seguro para todos. La gente debería valorar más el trabajo que hacemos”, acota.
Por lo pronto, la meta de los tres es continuar ‘camellando’ y poder traer a otros colegas a la capital.