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Las lanchas a motor de los pescadores de la zona, que llegan después de varias semanas trabajando para buques pesqueros en alta mar.Gilson Pinargote / Extra

Pescadores de San Lorenzo regalan parte de la faena a sus vecinos

Una vez al mes, los pescadores de la parroquia rural de San Lorenzo, en Manabí, regresan a sus hogares después de veinticinco días en alta mar trabajando en buques pesqueros. Con ellos llega una parte de la pesca que las autoridades del buque les entrega como parte del pago y que los pescadores, al llegar a tierra, reparten sin ningún costo entre todos sus vecinos.

En la orilla, los familiares y demás habitantes de la parroquia esperan expectantes el arribo de sus allegados. Uno de estos familiares es Dolores Quijíje, que con entusiasmo e ilusión espera a su marido Elver Cedeño. Dolores, quien lleva más de dos décadas viviendo estos recibimientos típicos en esta parte de la costa manabita, comenta que nunca ha dejado de mantener la misma sensación, “es una ilusión muy grande la que se siente al ver llegar las lanchas, todo el pueblo se siente contento de que lleguen sanos y salvos” asegura.

Pero no solo son sensaciones de alegría las que se viven, debido a los largos días que pasan alejados de sus seres queridos, “Nunca saben cuanto tiempo estarán pescando, pero por lo general se van durante veinte a veinticinco días. Cuando regresan se quedan una semana, luego vuelven a partir”, comenta Dolores.

San Lorenzo tiene una población de 2.647 habitantes que en su gran mayoría se dedican a la pesca u oficios relacionados con esta área. Por ésta razón es común que encargados de buques pesqueros se acerquen al lugar a reclutar una gran cantidad de hombres, los cuales realizarán labores de pesca a un aproximado de cien millas adentro del mar.

La parroquia, al no tener puerto, provoca la necesidad de que el buque espere a los pescadores unas ocho millas adentro, por este motivo, utilizan sus lanchas para acercarse a la embarcación cuando toca partir. De la misma manera, cuando regresan hacía la costa manabita con el objetivo cumplido, abandonan el navío y desembarcan sus lanchas a la misma distancia. Una vez que llegan a la orilla, todas las personas que se encuentran en tierra ayudan a que las embarcaciones puedan abordar tierra mediante tubos de arrastre, el remolque de carros de los vecinos y la fuerza de empuje de todos.

Entre saludos, abrazos y desembarques los pescadores sacan de las bodegas de sus lanchas piezas enteras de Pargo o Dorado y en ese instante los pobladores se acercan hacía las lanchas con bolsas o recipientes plásticos en mano para recibir porciones de pescado que los recién llegados reparten sin costo alguno. Los pescadores reparten porciones de una a dos libras por persona. Entre el reparto de las quince lanchas ya en tierra firme, algunos consiguen acumular cantidades de aproximadas de veinte libras de pescado.

“Nosotros hacemos esto como un gesto de unión para el pueblo y sobretodo por gratitud, ya que cuando no estamos, todos se esfuerzan más para mantener controlada y organizada la parroquia”, comenta Fabricio Macías, quien es uno de los pescadores que regresa a su hogar después de veinticinco días. Macías asegura que la manera en que vive su profesión ha evolucionado con el transcurso de los años, “Todo era más difícil anteriormente, no contábamos con la tecnología que tenemos ahora, tanto para pescar como para comunicarnos con nuestros familiares”, asegura, señalando la existencia de los teléfonos satelitales con los que cuentan algunas de las familias de pescadores y que se prestan entre ellas para poder realizar llamadas. “Este tipo de cosas ha representado un gran cambio, lo que no ha cambiado son las sensaciones al irse o al llegar y el cariño con el que repartimos el pescado a nuestros vecinos” señala el pescador.