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El forzado debut sexual en un 'chongo'
Un cliente y una sexoservidora cuentan cómo es perder la virginidad en un prostíbulo. Ver una realidad irreal del sexo es un efecto, dice un psicólogo
El ‘regalo’ que recibió Gabriel cuando terminó el colegio quedó marcado eternamente en su memoria. Se fue de viaje a la Sierra con sus compañeros de aula. Pero aquel paseo no fue el obsequio. Su ‘premio’ fue una experiencia desconocida para él en esa época, en un lugar al que, con sus apenas 17 años, no podía entrar.
Recuerda haber ido al sitio con dos ‘panas’. Uno de ellos era mayor de edad y lo incentivó a ingresar. La música tropical que retumbaba en el lugar y un guardia ‘tuco’ al ingreso le daban un aspecto de discoteca.
Gabriel ‘peló’ los ojos al ver a varias mujeres en lencería, sujetando las puertas entreabiertas de pequeños cuartitos. Era un ‘chongo’.
Sus amigos no lo forzaron a entrar con una de las trabajadoras sexuales, pero al ver que ellos ingresaron con un par de chicas, él no quiso quedarse solo. Se fue con una.
“Me acerqué con timidez a preguntarle el costo del servicio. Luego subimos y me notó preocupado. Le dije que era mi primera vez y ella prometió ayudarme. Me pidió que le siga el ritmo de lo que me iba diciendo y le diga si todo iba bien o era muy fuerte”, recuerda Gabriel.
Ella lo trató ‘bonito’. Fue comprensiva y atenta en cada detalle. Le dio instrucciones de cómo tenía que desenvolverse en el acto.
El sociólogo Willington Paredes, quien ha estudiado el problema social de la prostitución, manifiesta que la costumbre de iniciar sexualmente a un hombre con una trabajadora sexual data de hace 40 o 50 años. Esta práctica era típica en las familias de clase popular y hasta de clase media. El padre, tío, hermano, vecino o amigo eran los encargados de llevar a un allegado con una trabajadora sexual, en promedio, a los 12 años.
Esto ocurre porque, desde aquellas épocas, los conocidos de los inexpertos sienten una necesidad de ‘ayudar’ en la iniciación sexual. Una ‘obligación’ que continúa actualmente, aunque en mucha menor medida, refiere.
En la actualidad, Gabriel, de 28 años, califica a esa vivencia como “un nivel más” que le ha tocado superar. No la cataloga como buena o como mala, pero imaginó experimentarla con alguna joven que lo enamorara.
La segunda vez que tuvo sexo sí fue con una mujer con la que tuvo un romance. Y aunque sabía lo que era tener relaciones sexuales, él sintió que esa ocasión fue realmente la primera.
“Sentía que ya tenía mi primera experiencia, pero que no había sido totalmente buena. Ella como que se dio cuenta de eso, pero no le dije cómo ocurrió. Igual fue comprensiva”, cuenta.
‘ESTRENOS’ PASO A PASO
A Cristina (nombre protegido), durante los dos años que lleva ejerciendo el trabajo sexual le ha tocado hacer ‘debutar’ a 10 clientes. En este tipo de encuentros no solo aprenden los usuarios, dice, también lo hacen las sexoservidoras, pues el trato es distinto.
Ella hace el papel de amiga para que los muchachos pierdan la vergüenza. “Llegan tímidos, preguntan si pueden tocarme y dónde hacerlo”.
La atención especial no lo es todo. Se necesita de paciencia, admite. Sus noveles clientes están tan tensos que se les hace difícil tener una erección. Hasta la eyaculación suele complicárseles. Y el tiempo es algo que Cristina no negocia. Si en 15 minutos no terminan les pregunta si van a pagar otros 15 o si ahí queda todo. Unos se van con ‘caras largas’. En cambio otros aflojan más billete para salir ‘felizotes’.
Cristina asegura que mayoritariamente este tipo de usuarios acuden no por voluntad propia, sino porque alguien los lleva. O, como Gabriel, llegan por ‘joda’ y terminan en un cuarto con una sexoservidora para no ser el único del grupo que va para ‘hacer barra’.
Paredes dice que ahora es más común tener sexo por primera vez entre los 13 y los 15 años, pero ya no tanto con una trabajadora sexual, sino con una pareja de la adolescencia. Esto puede derivar en promiscuidad, por eso recalca la necesidad de que exista una buena educación sexual.
PRESIÓN, LO TÍPICO
El psicólogo y sexólogo Germánico Zambrano confirma el testimonio de Cristina. Afirma que los debutantes ceden a la insistencia de quienes los acompañan. “No se dan el tiempo de esperar por la presión de tener relaciones, no solo de amigos, sino de familiares, que creen que los van a ‘vacunar’ contra la homosexualidad”.
El experto acota que no es aconsejable iniciar la actividad sexual de esta manera, pues esto puede provocar que los hombres o, peor aún, los jóvenes, vean inconscientemente al sexo como una especie de esclavitud moderna y que ellos tienen el derecho de comprar un cuerpo con dinero.
Esta idea equivocada puede hacerlos pensar que su novia debe tener sexo cuando ellos quieren y que tienen que recompensarla por ello de alguna forma.
Zambrano menciona que, por el nerviosismo de los debutantes, pueden sufrir en ese momento disfunción eréctil o eyaculación precoz. Patrones que pueden reiterarse posteriormente si esa primera experiencia ha sido traumática.
Además, Zambrano indica que, por el contrario, para muchos ese podría ser el inicio de una vida promiscua, con visitas constantes a prostíbulos, idealizando solo el contacto sexual con sexoservidoras y desechando la idea de querer tener una relación sentimental con una mujer.
Por ello, Zambrano reflexiona que quienes tuvieron esta experiencia deben verla como una vivencia más, y más bien valorar la diferencia positiva de un acto carnal cuando se practica con una persona con quien se tiene un vínculo amoroso.