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El florecimiento de Toctiuco, el granero de Quito
Este barrio posee paraísos naturales a tan solo 10 minutos del Centro Histórico de Quito. Sus habitantes le apuestan al turismo comunitario
Subir a Toctiuco es una tarea para conductores experimentados; las estrechas y empinadas calles, combinadas con la falta de mantenimiento vial, convierten el recorrido en toda una aventura. Una vez se alcanza la cima de una de las últimas calles, los vecinos sonríen y dicen: “Ya mismo llega a la cascada”.
Pero este no es el único aspecto de este tradicional barrio, situado a 10 minutos del Centro Histórico de Quito, que se encuentra entre lo urbano y lo rural. Sus habitantes buscan cambiar la percepción de este sector, que incluso forma parte de la historia de la capital y del desarrollo científico.
Rina Artieda, gestora cultural e investigadora histórica, explica la importancia de este espacio. Su nombre, Tuctus Uctus, que significa Flor de Maíz, refleja esto: “Fue así llamado porque cerca de aquí, en el período incaico, se producían las gramíneas para la ciudad”.
Artieda guía a un grupo de personas que desean conocer más sobre este barrio, que alguna vez fue considerado peligroso debido a la delincuencia. Es esencial detenerse por un momento al final de la calle Humboldt para apreciar el paisaje. El barrio se encuentra en las faldas del volcán Pichincha, lo que permite una vista panorámica hasta el sur de Quito.
CAMBIANDO LA PERCEPCIÓN
Desde la época colonial y luego republicana, estos terrenos fueron parte de una hacienda perteneciente a los padres mercedarios. Según Cristian Quishpe, presidente del Cabildo, tras la venta de estas tierras, llegaron migrantes principalmente de las provincias de Chimborazo y Cotopaxi.
El progreso del sector se debe a la organización de los vecinos, quienes realizaron mingas para abrir caminos y obtener servicios básicos, como cuenta Quishpe. Así, el barrio se integró a la urbanidad de la capital, aunque sus virtudes quedaran poco visibles.
Por ello, se han unido para revalorizar a Toctiuco. Ahora son los jóvenes del barrio quienes guían a los turistas desde el mirador de Humboldt, desde donde comienza una ruta hacia Cruz Loma. Incluso pueden llegar a la cima del Rucu Pichincha, aunque esta última opción requiere una mayor preparación por parte del visitante.
El mirador ya no es solo un lugar para el consumo de alcohol o la intimidad de parejas. Quince mujeres y otros vecinos han decidido transformarlo para ofrecer comida típica de la región, artesanías y servicios de baños para los senderistas. “Le apostamos al turismo comunitario; cuando compran nuestra comida, nos ayudan a mantener nuestros hogares”, dice Luis Taday, miembro del emprendimiento de mujeres de la Ruta de Humboldt.
VOLVIENDO A LAS RAÍCES
María Llauca camina por los chaquiñanes a unos 3.200 metros sobre el nivel del mar. Ella se encarga de los viveros donde crecen las plántulas de las verduras que la comunidad produce. “La siembra comenzó en 2020 durante la pandemia. No podíamos salir, pero necesitábamos comer”, cuenta.
Después de lograr el primer objetivo, que era mitigar la emergencia por la COVID-19, ahora buscan volver a ser el granero de la ciudad mediante la siembra ecológica. En dos terrenos comunitarios se cultivan chochos, maíz, acelgas, zuquinis, zambo, entre otros productos de la región. “Practicamos el compostaje y utilizamos los desechos orgánicos de los vecinos como abono. Además, la tierra es muy fértil”, explica Luis.
Los productos cosechados también se venden a los visitantes que pasan por el mirador. “Incluso es más económico que en el mercado porque aquí la transacción es directa”, comenta María.
Este retorno a las raíces no solo se refleja en la comida, sino también en la apropiación de espacios milenarios. Cerca del mirador, hay tres cascadas que han sido poco conocidas para los quiteños. “Si desean, pueden bañarse; nosotros nos aseguramos de que no se contamine la naturaleza ni se haga mal uso”, añade Luis.
LOS MANANTIALES DEL COLOSO
El asentamiento de Quito en su ubicación actual no es coincidencia. Según las investigaciones de Rina Artieda, los pueblos ancestrales vieron en este espacio geográfico la posibilidad de una buena vida gracias a los manantiales, especialmente los del Pichincha. “Son más de 100. Imagínense que el páramo es tan generoso que, incluso después de cientos de años, sigue proporcionando agua a la ciudad”, dice la investigadora.
En Toctiuco se conservan tres cascadas que los vecinos protegen de la contaminación, siendo la más grande La Chorrera. “Es un lugar ancestral; nuestra relación con La Chorrera sigue siendo la misma. Todavía se realizan rituales en los Raymis”, comenta Luis.
De hecho, quienes visitan el lugar no dudan en sumergirse en el agua para renovar energías. “También pueden venir solo a bañarse o a contemplar. Es un lugar muy hermoso”, añade el dirigente.
Pero eso no es todo. Al final de esta cascada hay una especie de santuario donde se origina la fe de Quito. En una piedra volcánica está tallada la imagen de la Virgen de La Merced, la patrona y protectora de la ciudad. En 1534, durante la fundación española, fue declarada “la Señora del Volcán, patrona de terremotos, erupciones y pestes; fue la primera imagen mariana en llegar con la conquista”, relata Artieda.
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Sobre la pintura, no se sabe quién la realizó; al pie hay una firma poco legible con el año 2000. “Probablemente sea quien la restauró, porque esa imagen tiene mucho más tiempo”, explica. En Toctiuco se entrelazan las creencias católicas y ancestrales, ya que también se celebran misas y procesiones en honor a la Virgen, quien además es la patrona de las Fuerzas Armadas.
Los habitantes de este barrio luchan para que el abandono por parte de las autoridades y la inseguridad no sean las únicas características de la Flor de Maíz. “Somos mucho más que eso. Tenemos historia, naturaleza, tradiciones y, sobre todo, ganas de salir adelante”, dice María Llauca.
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