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¡Los fantasmas del museo de cera de Quito!
La parte más ‘pesada’ es donde se exhibe la matanza del 2 de agosto de 1810. Las luces se prenden y apagan, hay entes que transitan los pasillos...
Se inauguró en 1970, pero el Museo Alberto Mena Caamaño se asienta en un edificio que ya existía en el siglo XVII, en el centro de Quito, y cuyos muros fueron testigos de la muerte de al menos 80 personas en el proceso independentista a principios del siglo XIX. Años más tarde, el ambiente todavía da de qué hablar...
Un chamán debió hacer una limpia en 2002, pues justo donde se exhiben las representaciones de los crímenes, los niños se sentían mal y vomitaban, cuenta Mónica Ortiz, funcionaria del museo, en una exposición virtual por la matanza del 2 de agosto de 1810.
La escena se compone de 48 muñecos de cera, que al verlos causan escozor por el realismo: un padre, Manuel Quiroga, asesinado frente a sus hijas a sangre fría, y una mujer embarazada atravesada por una ballesta del ejército español.
La historia quiteña es trágica y en este museo ‘in situ’ parece que los espíritus de aquellos que murieron decidieron quedarse, en las calles García Moreno y Espejo.
Francisco Guananga, uno de los guardias de seguridad del sitio, relata que incluso en el momento de la reunión virtual las luces de algunos pasillos se prendieron y se apagaron. El ascensor se movía sin que nadie aplastara algún botón.
Cuenta en voz baja que en ocasiones los focos se han encendido incluso si no hay suministro de energía eléctrica. “Hemos dejado apagados los breakers, se prendieron igual. Subimos a ver, pero no había nadie”, recuerda.
Por ahora, las visitas al museo están suspendidas por la emergencia sanitaria.
ALGUIEN MÁS HABITA
La estructura colonial ha tenido varios usos, también funcionó allí la Universidad San Gregorio Magno, fundada por los jesuitas. Ahora, esos cuartos con techos altos, paredes de un metro de ancho y donde –a pesar de que haya sol– circula un aire helado, se convirtieron en salas de exhibición de arte, también la biblioteca municipal y el Centro de Arte Contemporáneo. Gente ha pasado por montones a diario.
Pero es en las noches cuando alguien camina por los pisos de madera y los tablones rechinan. Francisco, el guardia, incluso una vez escuchó que alguien le silbó en la sala cinco. Creyó que eran visitantes de la iglesia que da al otro lado de la cuadra. “Hay una puerta de vidrio que conecta”, explica. Verificó y nada.
Magdalena Boada es una de las encargadas de la restauración y mantenimiento de los personajes de cera. “El padrecito es bien travieso”, dice entre risas. Para ella no pasó de ser una anécdota graciosa, a pesar de que la figura de un sacerdote se quitaba todas las noches la tonsura –un círculo en la cabeza que usan los clérigos–. “Al otro día se la encontraba en la rodilla”, relata la restauradora.
Quizá sea porque 80 personas murieron allí violentamente. O quizá por el paso de tanta gente desde el siglo XVII.
Algunas luces se prenden con sensores, es decir que si alguien pasa por allí automáticamente se ilumina. Cuando los guardias van a ver, no hay nada. Solo una noche en la que Francisco Guananga vio una sombra oscura que deambulaba por el pasillo norte. Tenía ojos rojos. Se quedó perplejo, sin mayor reacción. Otros como Juan Jurado solo atinaron a salir corriendo luego de no encontrarle explicación lógica a estos fenómenos.
- Los personajes de cera fueron creados para este museo en 1970 por el francés Francisco Barbieri. La escena está basada en una pintura de César Villacrés titulada ‘El sacrificio de Quiroga’, realizada en 1909.
- Las figuras son de cera de abejas, talladas en arcilla y pasadas a un molde. Se usa cabello natural donado por voluntarios. Cada personaje toma al menos un mes en realizarse.