Exclusivo
Actualidad
El estremecedor relato de un sicario de Durán, ha disparado a más de 80 personas
El gatillero revela cómo se ejecutan los asesinatos y de dónde salen los criminales que hoy aterrorizan el país. El bajo mundo lo tiene atrapado
Tenía 14 años cuando quedó atrapado en el mundo criminal. Once meses después cometió su primer sicariato y aunque asegura haber intentado alejarse del mal camino, empuñar un arma y obtener dinero de forma rápida, es una tentación de la que no puede resistirse ni alejarse.
Te invitamos a leer: Fernando Villavicencio: Las medidas que el Gobierno tomó tras el asesinato de 7 procesados
José (nombre protegido) tiene 33 años y más de la mitad de su vida, su ‘trabajo’ y la manera para subsistir ha sido: matar. Y aunque afirma que no tiene el número exacto de víctimas mortales que han caído por los disparos propiciados por él, los ‘encargos’ desde que se convirtió en asesino a sueldo han sido más de 80.
“Viví en el (sur de Guayaquil) hasta los 8 años, luego nos cambiamos a Durán, ahí comenzó todo, estaba en el colegio, en ese tiempo solo existían los Latin King y los Ñetas y yo me hice Ñeta, si tú no pertenecías a una banda te discriminaban. A los 15 años cometí mi primer crimen, me pagaron con medio kilo de droga, maté a un Latin King. No llevo la cuenta de cuánto he matado, porque uno jala al gatillo y sale, no sabemos si murió o no, pero he disparado a unas 80 personas. Yo soy gatillero”, confiesa con una frialdad que hiela la sangre.
Revela que en el mundo delictivo hay una puerta de entrada, pero no de salida, que entre ellos conocen a sus enemigos porque incluso han estudiado juntos o han salido del mismo barrio y que el valor que le ponen a la vida de una persona depende de quién es y a qué se dedica. “Lo mínimo que he cobrado por matar a alguien ha sido 300 dólares, lo más alto $4.500, pero de ahí hay que darle a los intermediarios, todos ‘comemos’. Hay otros que también quieren hacer lo mismo, se les da la oportunidad, se les busca a alguien para que maten. Los venezolanos que llegaron a Ecuador cobran 200 dólares por matar a una persona, se ‘regalan’ y nos hacen competencia”.
Recuerda que entre sus víctimas y por las que ha cobrado una de las sumas más altas de dinero estuvo el dueño de una piladora, a quien lo querían “fuera de la jugada”, porque le estaba “serruchando el piso” a su competencia. “Por alguien como él se cobra hasta 60.000 dólares, pero aquí se necesita mucho personal, todos jalamos nuestra parte, yo cojo lo mío. A veces nos contratan por medio de chulqueros, gente que es dueña de negocios, también de la misma mafia que quiere cuidar su territorio de uno que no es de su plaza. Yo voy a lo que sé, disparar”.
- Planificar la ‘vuelta’
José explica que para la ejecución de un asesinato intervienen, al menos, ocho personas y que una de las herramientas fundamentales, a más del arma de fuego, que puede ser revolver, pistola, fusil o una subametralladora, es la radio portátil, porque con ella se comunican los puntos por donde debe llegar y salir el pistolero y su compinche.
“Todos deben estar conectados en la misma sintonía, en este caso los primeros en llegar al punto ven que no haya policías alrededor, esperamos que pasen la ronda, en el punto ya hubo alguien que se encarga de decirnos ‘por acá no salgas’, ‘sal por acá’. O sea, todo lo coordinamos con radios, nada se hace a lo loco, por eso es que cuando hay un muerto nos desaparecemos, es mejor que los teléfonos porque nos ‘pinchan’”, afirma.
Sostiene que estos aparatos de comunicación les resultan más seguros y les ayuda a tener una mejor planificación de un crimen y que lo adquieren en la Bahía, en un mercado de cachineros ubicado en el suroeste porteño o en locales de centros comerciales.
- Sicarios en los planteles
Por su destreza para el manejo del arma de fuego, José también se ha convertido en ‘maestro’ de futuros gatilleros, muchos de ellos mezclados entre las aulas de un salón de clases de planteles de Durán. “He enseñado a ‘pelados’ de colegios, a veces la pistola se les encasquilla, a veces no saben cómo sacar la alimentadora o se asustan porque la bala está adentro. Los que comenten en la actualidad los asesinatos son menores de edad, que van a clases, cada uno vive en zonas conflictivas y comienzan a ‘picarse’ entre menores y de allí surgen los problemas”, afirma.
- Cero remordimiento
La palabra remordimiento no está dentro de su diccionario. Confiesa que no siente arrepentimiento luego de cometer un crimen, porque en el momento de empuñar un arma y arrebatarle la vida a un ser humano, piensa que esa persona también de alguna manera ha provocado dolor y sufrimiento y por eso lo quieren muerto.
“No hay sentimientos, esto es un trabajo y ya, asimismo, me han matado a mis familiares, yo no he ido con la intención de matar a niños y mujeres, pero lamentablemente hay veces en que caen como víctimas colaterales, las esquirlas o un plomazo los pueden alcanzar y ya no es culpa”.
Su plaza de ‘camello’ como gatillero es Durán, pero en Guayaquil ha cometido otros delitos como robo y extorsiones, por lo que resulta difícil —asegura— alejarse de la vida criminal, a pesar de que ha intentado hacerlo por sus hijos y porque también anhela en algún momento salir a un parque o ir a una piscina sin tener que esconderse.
“Hace tres años decidí reivindicarme, pero es imposible, aprietan a mi familia, me dicen que le van a dar ‘vire’, aun siendo amigo igual te matan. Peor cuando eres un miembro fuerte, que saben que van a responder con cualquier situación. Ellos me tienen en sus manos”, afirma.
Su mayor temor es volver a caer preso, ya que por un crimen que cometió (no precisa cuándo), en el que la víctima resultó ser miembro de una organización criminal, quieren su cabeza.
“Me quieren bien muerto, me quieren descuartizar. Es porque he tratado de salirme, he estado vendiendo escobas, cepillos, recogedores de basura, pero ganó tontera y no puedo desligarme del mundo criminal. Hace poco me metí a un restaurante y les dije: ‘bueno, esto es un asalto, todos colaboren y no pasa nada’. Con lo que me hice ese día compré mis dos quintales de arroz, aceite y hasta las pepas (comida) para mi cachorro. Yo no me dejo morir de hambre, estoy atrapado en este trabajo”, sentencia.
¿Quieres acceder a la información sin límites? ¡Suscríbete!