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Foto referencial. Algunas trans se paran cerca de las piscinas olímpicas, en el centro de Guayaquil.CHRISTIAN VASCONEZ

¡Dora, la exploradora del sexo!

Su familia, que está en Venezuela, no sabe que se dedica a la prostitución ni que es trans. Cobra 15 'latitas' la hora. Gracias a una trans viral en TikTok que está de vacaciones tiene más clientes. 

Dora le tiene miedo al amor, por eso eligió ser prostituta. No lo dice con orgullo; su voz titubea y más que seguridad en el tono, hay miedo.

Así como no quiere enamorarse, porque piensa que no vale la pena, también debe sobrevivir y vende su cuerpo a cualquiera que sea capaz de pagarle 15 dólares por la hora.

Su experiencia en el amor no ha sido cercana. Tuvo algunas novias, pero siempre se sintió inseguro de sí mismo, de su orientación y, en el fondo, no podía aceptar que un hombre le atrajera más que una mujer. “Es complicado cuando estás en una familia tradicional y tu mamá espera nietos o que te cases”, expresa la trans.

Su mayor miedo no es que le pase algo en las noches, mientras se para a las afueras de la piscina olímpica Alberto Vallarino, en el centro de Guayaquil. Lo que realmente le atemoriza es que su familia, que está en Venezuela, se entere de que no está estudiando en la universidad como les había dicho.

Tampoco saben que es homosexual y mucho menos transexual. Eso “le daría un infarto a mi madre”, se lamenta. Ella siempre deseó que su retoño, de 28 años, pudiera salir adelante y tener alguna titulación.

A su llegada a Ecuador, hace diez meses, tuvo que olvidarse de su antiguo nombre, que tampoco menciona. “Esa persona aquí no existe”, dice esbozando una leve sonrisa.

De esa vida pasada, lo único que conserva es una fotografía con su familia, la cual siempre besa antes de salir a trabajar. Dejó Venezuela para intentar ganar dinero en dólares y ayudar a sus seres queridos. Por eso, de manera desesperada, entró al mundo de la prostitución.

Hoy, lo más importante para Dora es que los hombres se fijen en sus piernas largas color canela. En muchas ocasiones, aquellos que se le acercan la buscan porque les atrae su cabello largo, que le llega más abajo de los hombros, y el capul (cerquillo) que cae sobre su frente. Aunque también a veces, por su estatura de más de 1,75 metros, algunos temen que vaya a ser controladora durante la hora que pagan, pero ella se adapta a la situación que le toque.

Fuera a los que tienen ‘sorpresa’

La primera vez que le pagaron por un ‘polvo’ fue hace ocho meses. Las cosas no iban bien, no tenía casi para comer y tampoco podía seguir cubriendo el costo de la habitación que alquila en el Guasmo.

Recorriendo el centro de Guayaquil, notó que la prostitución era más común de lo que pensaba. Desde Luque hasta la avenida 9 de Octubre y desde Tulcán hasta García Moreno, muchas esquinas tienen sus grupos de mujeres, que son custodiadas por sus chulos.

Pero en ese mundo, aunque quisiera, no cabe. “Allí no nos aceptan a los que venimos con sorpresa”, comenta riéndose Dora. Su apodo, justamente, es porque le gusta explorar y no se ha sentido tan incómoda como inicialmente pensó.

Su transformación se produce cada día. La peluca solo se la quita para bañarse y el maquillaje se lo enseñaron a hacer sus otras compañeras, con las cuales se sienta a fumar cada noche en un banco, a la espera de algún cliente.

Cuando se trata de ‘morder’ a una ‘presa’, se olvidan del compañerismo; lo importante es facturar al menos unos tres o cuatro ‘polvos’ para poder subsistir y mandar dinero a su familia.

Incluso, una de sus mejores armas ha sido que una de sus colegas, conocida como ‘bbesita Scarlett’, se volviera viral en TikTok, pues con frecuencia van a buscarla. Pero como a principios de enero ella se fue de vacaciones, aprovechan a esos clientes. Aunque también toca estar más prevenidas y contar con un chulo que las proteja, así sea a lo lejos.

En la calle, las pasarelas para mostrar sus atributos con escotes pronunciados y faldas cortas son las aceras de las calles; los postes de luz alumbran su andar y en los coches están sus postores. Algunos solo les abren la puerta para que ellas entren; otros sí buscan regatear precio o saber a cuánto está el rato, porque no aguantan toda una hora.

Ellas buscan ubicarse en calles más apartadas y oscuras, porque ahí sus clientes se sienten más seguros. Muchos son casados, tienen familia o son jóvenes indecisos en su orientación sexual.

A todos les ‘reparte’ de la misma manera, sin importar por qué están ahí: su trabajo debe ser el mismo para que regresen pronto.

Si el sujeto es muy desagradable o no le gusta, Dora ameniza la situación con droga. Eso le facilita, de alguna manera, el mal trago.

“Esto no es fácil. Hay mucha gente desagradable, con fetiches raros o que huelen feo. Igual toca hacer las cosas porque de alguna manera tengo que vivir”, finaliza Dora, quien no deja de esperar que cualquier auto pase y le abra la puerta.

Y así cada noche,  el sexo se convierte en satisfacción de horas prestadas en cuerpos ajenos.

9 de Octubre, pasarela de prostitutas y descanso de chulos

La cara del centro de Guayaquil cambia cuando las horas bajas se hacen presente. Los corredores dejan de tener oficinistas para convertirse en una pasarela de prostitutas.

La fiesta del fin de semana, si alcanza, termina en la 9 de Octubre o en La Atarazana, dependiendo del presupuesto.

Si la persona va algo ‘limpia’, va al centro, donde tiene variedad de precios. Si se mueve más hacia La Atarazana, ahí encuentra a las VIP. Los escenarios, en ambos lugares, son espejos: mujeres en cada esquina paradas en grupo, con vestidos muy cortos que facilitan enseñar sus atributos.

Hay para todos los gustos y presupuestos. Incluso, si el cliente no tiene para el hotel, no pasa nada, se meten en el auto por algún hueco para concretar la ‘vuelta’.

Eso es algo que desde hace algunos años vienen denunciando personas como Mariela y David, quienes evitan dar mayores datos de sí, pues viven en la zona y temen represalias de estas personas.

“He visto en las madrugadas cómo llegan autos e incluso vehículos con uniformados de esos que deben darnos seguridad (no especificó) y se ponen a conversar y beber licor con ellas”, asegura el hombre.

“Si hasta sexo en esas camionetas les hacen las chicas, ahí mismo en la parte oscura de la calle García Moreno”, agrega la mujer, indignada.