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Don Alberto, el vecino que levantó una ‘caletita’ para Dios
El residente de Fuente de Luz le dio vida a una obra abandonada. Siente que la iglesia del barrio promoverá los valores en los habitantes del lugar.
Alberto Pichogagón se ‘sacude’ los años. Con algo de esfuerzo toma la pala para retirar el lodo que quedó por el aguacero de la noche anterior frente a la única iglesia del barrio Fuente de Luz, en el norte de Quito.
Debe cuidarla. Ha pasado más de una década desde que se inició la construcción de la capilla, pero no fue hasta que don Alberto, de 63 años, ‘metió mano’ en la obra cuando se materializó. Él mismo tomó los bloques, el cemento, el ripio y las vigas y, en compañía de otros comuneros, levantó una casa de Dios para ese sector vulnerable que en los años noventa comenzó como un asentamiento ilegal y hoy acoge a 130 familias con viviendas ya legalizadas. “La iglesia se fue armando de a poco, primero unas columnas y luego quedó botada. Había gente que se dedicaba a beber ahí”, explica.
Pero en 2019 el veci fue nombrado presidente del templo -aún no terminado- y se decidió a concluir el proyecto. “Se hizo oficios y se entregó a todos. Algunos vecinos donaron los materiales y con 60 sacos de cemento terminamos la iglesia”, recuerda.
Aunque el templo, que llevará el nombre de Señor de la Divina Misericordia, no se ha inaugurado todavía, los moradores de Fuente de Luz han hecho algunas reuniones religiosas y han celebrado un par de misas especiales. “Están contentos, aunque hay personas que profesan otros credos que no están de acuerdo, me dicen que no tengo qué hacer y que soy desocupado” enfatiza.
Pero esos comentarios están muy alejados de la verdad. Más allá de la estructura, lo que a don Alberto lo motiva es que sus vecinos, sobre todo los jóvenes y los niños, tengan un lugar sano en el que aprendan valores y se alejen de los vicios.
El comedido
Martha Granda vive junto a la iglesia y, además de prestar agua y luz para que se diera la construcción, se solidarizó con el veci mientras lograba su objetivo. “Lo conozco unos veinte años. Siempre ha sido muy colaborador en todo. Se planteó hacer la iglesia y en dos años la levantó. Es bien dedicado”, detalla.
El padre Orlando Corrales, de la parroquia aledaña de San José Obrero, también le dio el visto bueno al proyecto de Alberto. “Nos apoya con los materiales y está haciendo los trámites con el obispo para que podamos hacer la misa los domingos”, añade.
Unas 60 personas caben en el lugar, pero el vecino siente que se quedará corto y su nuevo objetivo -aun más ambicioso- es ampliar la estructura, que en los pisos de abajo tiene un salón para el catecismo y una habitación para los misioneros que llegarán a Fuente de Luz, para que entre todo el barrio.
Los voluntarios del templo
María Simbaña, esposa de Don Alberto, fue designada como tesorera del templo y, aunque la idea no agradó mucho al veci, con el tiempo la apoyó. Hoy, ambos son voluntarios en el lugar y lo mantienen ‘pepa’ para las actividades religiosas. A inicios de la pandemia, ambos perdieron sus trabajos, aún así encontraron en la capilla un sitio para apoyar a la comunidad. “Cuando trabajaba en una panadería, a los que apoyaban en la minga les compartíamos pancito”, revela.