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Así es como cuidadores de carros en Quito han tomado control del espacio público
Pagas porque pagas… ¡o no te parqueas! La calle Whymper está tomada por los ‘cuidadores’ de carros, que han impuesto sus tarifas
La Whymper, en el centro-norte de Quito, es el ejemplo de cómo una calle se ha convertido en el negocio redondo de los llamados ‘vigilantes’. No son los propietarios de las zonas de parqueos ni existen documentos, registros o contratos que los acrediten como tales. Pero les da igual. Para ellos basta con ponerse los chalecos anaranjados (algunos rotos, deshilachados o manchados) y poner conos para convertirse en los ‘dueños’ del espacio público (cuando no es zona azul).
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Están allí, entre las avenidas Orellana y Coruña. De lunes a miércoles en horario de 09:00 a 18:00. Los oficinistas saben que a diario deben llevar ‘suelto’ o tener dinero en la cuenta bancaria. Quienes se parquean todo el día, mientras están en sus trabajos, deben pagar la arbitraria tarifa de 2 dólares, refutan los usuarios. ¿Por qué? Porque así lo decidieron ellos.
Al mes, contando el día de pico y placa por semana, cada uno paga al menos 32 dólares. A diario se estacionan más de 30 carros en la calle, lo que representa aproximadamente 960 dólares mensuales.
Los vigilantes cobran a la llegada o la salida, pero ningún conductor se escapa. Apenas ven que el carro se mueve, corren a golpear la ventana: “¡Son dos dólares!”, insisten. Si no hay monedas, aceptan transferencias o ‘deuna’. Si no les pagan, se enojan, insultan, y algunos (que son extranjeros) lo hacen en otro idioma, cuentan los usuarios.

También están los incautos, que desconocen completamente cómo operan los ‘vigilantes’ y llegan solo de visita a alguno de los locales, pues allí hay más cinco restaurantes, cafeterías, edificios arrendados por empresas o importantes organismos internacionales, consulados, salones donde hacen uñas acrílicas, tiendas.
Es miércoles al mediodía. Una joven y su familia se parquean afuera de un chifa. Se bajan del vehículo (un carro chino, negro, cinco puertas). Un ‘vigilante’ de piel cobriza y bajito, con chaleco naranja, se acerca a cobrarles.
—¡Son tres dólares! —grita el hombre.
—Pero si solo vamos a comer, es una hora —responde la joven intrigada.
—Sí, pero tiene que pagar, o mueva el carro —dice el altanero ‘vigilante’.
—Cómo le voy a pagar tres dólares si solo me voy a quedar un rato —contesta la joven con molestia y miedo.
Al final, ella se aleja diciendo que a la salida le pagaría porque no tiene dinero en efectivo en ese momento. Él se queda refunfuñando, dando vueltas en la vereda.
Los jueves y viernes, los vigilantes de la Whymper hacen horas extras. Están allí desde las 09:00 y se quedan hasta la madrugada, porque la gente llega a las cervecerías que flanquean ese espacio de la calle: son casi 460 metros de distancia donde los conductores pretenden parquearse. Entonces, aparecen los ‘cuidadores’. Son cordiales, al comienzo. Con franelas rojas guían a los ‘camarones’ y silban cuando los autos están a punto de rozar a otros. Pero todo cambia cuando los usuarios no aceptan pagar lo que ellos imponen.
—¿Cuánto tiempo se va a quedar? —pregunta el ‘vigilante’, de piel trigueña y peinado lamido.
—Unas dos horas —responde un joven que llega con su novia.
—¡Son tres dólares!
—¿Por qué? —increpa el muchacho.
—Si no le gusta, busque otro parqueadero —contesta con desparpajo el ‘cuidador de carros’ mientras sostiene en su mano un cono.
Peleas por el espacio
Los vigilantes de la Whymper, que son más de cinco fijos, se han repartido la calle. Cada uno tiene su espacio. En el lado sur, por ejemplo, trabaja un adulto mayor que no acepta transferencias, solo efectivo, y tiene una memoria brillante para acordarse de quiénes le pagan y quiénes no. Con un carácter hostil, él decide qué carros ocuparán su zona (porque pone conos).
En el lado norte, en cambio, están dos hombres y dos mujeres sonrientes que, en ocasiones, se reemplazan cuando uno no aparece. Eso sí, según los usuarios, no hay día en que alguno de ellos deje de cobrar la tarifa.
¿Cómo hicieron esa repartición del espacio público? Quién sabe. Pero no estaría regulado, y no solo se trata del espacio físico, sino también del tiempo en que permanecen allí.
El jueves 20 de febrero de 2025, llegó una patrulla de la Policía para mediar entre los vigilantes: el adulto mayor y dos extranjeros (vigilantes ocasionales). El primero reclamaba que su horario empieza a las 09:00 y termina a las 18:00. Los segundos defendían que ese es su espacio. “Es la tercera vez que viene la policía, siempre pelean”, dijo el guardia de uno de los edificios.
Los mismos extranjeros tuvieron una discusión con el guardia privado de una plaza de comidas en la calle en días pasados, precisamente porque él ayudó a unos clientes a que se retiraran, guiándolos para que pudieran salir del parqueadero. Uno de los ‘vigilantes’ llegó corriendo.
—¡Ese carro es mío!, ¿por qué te metes? —reclamó el extranjero.
—Son clientes, tengo que ayudarlos, pues —respondió el guardia, quien no recibió ni una moneda.
—No te metas —insistió a la brava. Estuvieron a punto de agredirse físicamente.
Este ejemplo pone en evidencia que solo aparecen para cobrar y no cumplen a cabalidad con lo que ofrecen: vigilar.

Las ‘clientes’ de estos ‘vigilantes’, que prefieren mantener su nombre en reserva por temor a represalias, dicen que aceptan pagarles porque confían en que su carro queda en buenas manos, pese a que no hay ninguna exigencia municipal, como sí ocurre en la zona azul, donde todos los que se estacionan allí deben pagar hasta 80 centavos la hora, dependiendo del día.
Pero no todos los vigilantes vigilan. Hace un mes aproximadamente, en la Whymper a un hombre le abrieron la puerta trasera de un Vitara con un destornillador, mientras él trabajaba. Se llevaron una mochila con implementos deportivos. Nadie respondió por ello, ni siquiera el vigilante que le había cobrado los 2 dólares por el espacio.
Hay un parqueadero privado, pero no da cabida a todos los autos. Y el costo diario es el doble de la tarifa impuesta por los ‘cuidadores’ de la calle.
Esta es una radiografía de la Whymper, pero también ocurre en la González Suárez, en el sector de La Mariscal, en la calle Rumipamba, en el norte de Quito, y en Solanda, en el sur, donde el 20 de febrero de 2025 fue asesinado a tiros un hombre que cuidaba carros en la popular calle La Jota. Todavía se está investigando por qué lo mataron.
En la calle Rumipamba, por ejemplo, hay una mujer que cuida los carros. También cobra una tarifa diaria y quienes no pagan, no pueden ocupar el espacio. En este caso, la señora coloca hasta tachos de basura para reservar los espacios que, según ella, son para sus ‘clientes’. En La Mariscal, en ocasiones, dan recibos con el valor.
Esto se replicaba en la avenida República de El Salvador, también en el norte. Sin embargo, desde que cambiaron a zona azul, se han regulado los cobros. Pero la zona azul no siempre garantiza un precio justo.
EXTRA solicitó a la Empresa Pública de Movilidad y Obras información acerca de quién controla los espacios públicos que no son zonas azules y cómo se regulan las tarifas.
De allí indicaron que la Secretaría de Movilidad o la Agencia Metropolitana de Tránsito era la encargada. No obstante, nos indicaron que la misma empresa de movilidad debía abordar el tema. Volvimos a pedir información o un vocero, pero hasta el cierre de esta edición no hubo ninguna respuesta. Mientras que en el lugar, las personas prefieren mantener su nombre en reserva porque temen represalias de quienes se han convertido en los dueños del espacio público.
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