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El centro de Guayaquil tiene su cuadrita para el sexo.

¡La cuadra del sexo y el placer en Guayaquil!

Varias chicas han hecho de la calle Rumichaca, centro de Guayaquil, el sitio perfecto de sus 'oficinas' para negociar la oferta de sexo.

Es día de sexo en Guayaquil. Ella camina adelante, a paso lento y meneando sus caderas con sabrosura. Tiene con qué y por eso le saca el ‘jugo’ a ese trasero redondo que posee. Él va detrás, como acelerado, con el celular en mano pero viendo a todos lados. Nueve escalones los separan del goce (al menos el de él) de ir a la cama por dinero.

Hoy es día de sexo, sí. Del pagado. De ese que huele a sudor y humedad apenas se entra. Al que le echan cloro y ambientadores olor a fresita o manzana para contrarrestar ese ‘humor’ a semen. De ese con puertas de madera, chapa redonda y picaportes apretados con tornillos pequeños para asegurarla. De colchón sobre el cemento que hace las veces de cama, con sábanas viejas y raídas... el del famoso jabón chiquito.

Se ha llegado justo al hotel que por estos días se está metiendo la platota con el entrar y salir de clientes cuya estadía suele demorar entre 10 y 15 minutos a lo sumo. A veces hasta menos, cuando los ‘gallos’ se ‘van rapidito’.

“Quintero”, dice en letras grandes en la camiseta del sujeto, que agacha la cabeza cuando el bus disco #0267 de la línea 2 se detiene justo al frente a dejar una pasajera en plena calle Rumichaca, entre 10 de Agosto y Sucre, la cuadrita del sexo.

Todo es cuestión de segundos. La chica, de unos 22 años, elegante, pantalón de tela y zapatos color negro, blusa blanca con rosas rojas y cartera blanca, cual si fuese una ejecutiva de empresa, entra al hotel y comienza a subir los escalones. El bus ha dejado a la viajera, arranca y se va. Entonces Quintero gira e ingresa tras la bella mujer. Son las 11:35 y en la calle hace calor; arriba lo espera un cuartito con aire acondicionado, TV y baño privado, según dice en letras pintadas afuera. Quince ‘latitas’ bien gastadas en placer.

Pero Quintero en realidad no es Quintero. La camiseta que lleva puesta este día es del club de fútbol River Plate de Argentina y hace referencia a uno de sus jugadores, el volante ofensivo colombiano Juan Fernando Quintero. Minutos antes, a las 11:24, un hombre de unos 58 años, alto, camisa larga de cuadros y pantalón de gabardina bien planchadito ha hecho contacto visual con otra ‘pelada’, una flaquita vestido color palo rosa. En menos de cinco segundos el ‘nego’ queda hecho y también pa’rriba. Al mismo hotel.

12 minutoses el promedio que demoran en subir, ‘cumplir’ y bajar.

En la zona, donde una de las cosas que más hay es colchones, al parecer ya se están acostumbrando a la presencia de las sexoservidoras. “Aunque al inicio sí nos afectó mucho porque la gente ya no quería venir, ahora ya algunos hasta son amigos de ellas”, dice con la reserva del caso un trabajador de la zona.

Y es la ‘plena’. Ya nadie se ‘mosquea’ por verlas allí, todas sensualonas. Tan ‘panas’ son que el empleado de un local de venta de colchones llega cargando dos de estos (de plaza y media) sobre la cabeza, los lanza al piso y levanta polvo sobre las chicas. “Eeeepa, ese polvo no, pues”, le reclama una de ellas en plan de ‘parcería’. Claro, ese hace daño y no genera billete, pues.

Pero la buena racha de las chicas asentadas en la calle 10 de Agosto sigue. Una tercera muchacha viene con su cliente, un joven de unos 24 años, enternado y con mochila. Son las 11:34. Él va delante y entra apuradito, mientras desde un taxi un sujeto lo señala y le dice algo a una mujer que lo acompaña. Entonces ríen.

La actividad de las trabajadoras sexuales se ha extendido por diferentes puntos de Guayaquil, sin control alguno por parte de las autoridades.

Dos minutos después, a las 11:36, la chica de vestido palo rosa baja y cruza la calle, de nuevo a su ‘centro de operaciones’. Su cliente, el señor de camisa a cuadros, sale como desorbitado. Se detiene en la esquina, mira a su alrededor y camina lento, cansado. Feliz y con el bolsillo más flojo. 11:51 y el ‘pelado’ de terno y mochila baja apuradito. Sale medio cabizbajo, como si su ‘amigo’ le hubiera quedado mal. Se va. Ella, en cambio, sonriente. Al frente otra vez, a la ‘oficina’.

Pero quien no pudo dar ni 20 pasos fuera del hotel es la muchachona elegante. Su cliente ha salido rápido y ella atrás. Coge a su derecha y un sujeto un tanto mal vestido la mira y le hace señas. Media vuelta y al ‘camello’ de nuevo. En menos de una hora las chicas de la calle 10 de Agosto van 4-0 sobre sus colegas de la calle Sucre. Ha sido su mañana. Un día de trabajo pesado en esta cuadrita del centro donde huele a sudor, a fresita... a jabón chiquito.