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Crónica

Por más de 20 años la adulta mayor se dedica a este oficio, con el cual ayuda en su casa.Álex Lima-Extra

Conoce dos historias de camelladores sobre ruedas

Dos generaciones, víctimas de la desigualdad, coinciden en un solo fin: mantener a sus familias sin importar los peligros de la ciudad y el duro ‘camello’ que realizan. EXTRA los acompañó en sus recorridos

El hambre no discrimina ni da descanso. Y antes de que el coronavirus apareciera, la necesidad llevó a las calles a una comerciante de la tercera edad, Carmen Soreano, y a una pareja de jóvenes recicladores, conformada por Daniel Pomaina y Elizabeth Flaquez, cuyas vidas tienen similitudes y diferencias.

Una de las cosas que tienen en común es que día a día caminan largas distancias para reunir unos dólares y poder comer con los suyos. Trabajaron con sobresalto en el pleno pico de la pandemia, no les quedó otra, el hambre es impaciente. Se apoyan en coches de nenes (regalados) para no cansarse tanto físicamente. En este ‘carrito’ doña Carmita lleva su mercadería (moños, mascarillas, limas, etcétera) y en el otro los Pomaina transportan a su bebé, ‘compañero’ de labores.

Una semejanza más es que van a paso lento, ella por sus 73 años y el gran peso que moviliza (50 libras en artículos), que para su menuda figura, de 95 cm de altura, es todo un reto. Los otros se mueven despacio porque van buscando entre la basura algún ‘tesoro’.

Asimismo hay una diferencia entre ambas historias, la septuagenaria quiere vaciar su transporte lleno de accesorios nuevos y la pareja ruega a Dios llenar con despojos el triciclo que llevan en su caminata laboral. Ellos les dan una segunda oportunidad a cartones, metales, entre otros materiales. Son recicladores.

La reina de los accesorios

Las zapatillas de doña Carmita están un poco gastadas por caminar más de 5 km a diario, sin embargo, su deseo de seguir ayudando en la economía de su hogar está intacto y es más firme que las suelas de sus calzados, con los cuales transita por las ciudadelas Alborada, Guayacanes, Sauces 1, 2, 3 y 4, en el norte porteño. Cada día es una zona distinta, así le da vuelta a todos sus clientes y conquista a nuevos.

Hace más de 20 años ‘rueda’ por las avenidas principales como Jaime Roldós, Agustín Freire, Isidro Ayora y Demetrio Aguilera, y luego como ‘hormiguita’ trabajadora se mete entre peatonales, recurre a las veredas y confiesa que cuando hay reparación de calles... su esfuerzo debe duplicarse, pero igual camella

Doña Carmita ha usado de tres a cuatro 'coches', todos regalados, a los cuales les ha dado 'palo'.Álex Lima-Extra

Su suave voz no ‘engancha’ a los clientes, pues esta se mezcla con los pitos y bulla de la zona. Lo que sí impresiona es la escena: una pequeña mujer empujando un coche repleto de accesorios, los cuales no solo los vende a transeúntes, sino también lo hace bajo pedido de gabinetes u hogares del sector.

Labora de lunes a sábado, de 11:00 a 18:30. Hace dos meses cuenta con ‘guardaespaldas’, sus nietos, Giancarlo de 19 y Junior de 17 años, quienes decidieron acompañarla, pues temen que pueda sufrir un robo o caída.

“Es como nuestra madre, nos ha criado y nos ha enseñado el valor del trabajo honesto”, manifiesta el mayor de ellos, quien revela que ella es hiperactiva. “Mi papi, con quien se turna el coche para vender, porque solo tenemos uno, le dice que ya completaron para el alquiler, comida y servicios básicos, que no es necesario que salga a vender, pero ella dice que se enferma si no sale”, sostiene Giancarlo.

Carmita lo confiesa y afirma que si no labora le duele la cabeza y la espalda. “Para mí sería sencillo sentarme en la vereda y pedir caridad. No me cansaría, pero me gusta trabajar. Es verdad que antes de la COVID-19 hacía más dinero, entre 35 y 40 dólares diarios. Ahora varía, de 10 a 20 dólares”, expresa con lucidez.

“En el tope de la pandemia no vendí mucho, la gente tenía miedo de comprar y también tenían sus propias necesidades y gastos”, dice la doñita, quien enviudó hace 12 años y ha pensado en una estrategia ante un obligado ‘retiro’: heredar sus clientes a sus nietos. “De pronto no salgo porque estoy enferma y ambos pueden ir, porque ya los conocen”, finaliza.

Daniel, Elizabeth todos los días rebuscan en la basura del sector norte de Guayaquil. Ellos son recicladores.Álex Lima-Extra

Luchando en familia

Cada uno empuja su coche. Daniel Pomaina (25) lleva el triciclo en el que deposita los cartones, botellas plásticas o chatarra que encuentra en la basura. Su pareja, Elizabeth Falquez (27) se encarga del pequeño Daniel, de año y medio, quien no la suelta y los acompaña en la jornada laboral que empieza al mediodía y termina a las 23:00. Lo hacen de lunes a domingo, y cada día reúnen 10 dólares. Prácticamente por cada hora ganan una ‘lata’.

Llevan cuatro años en este oficio y Elizabeth por dos ocasiones ha reciclado en estado de gestación, resistiendo al duro quehacer y a la enorme distancia que caminan, la cual inicia en su vivienda, en la cooperativa Juan Montalvo (por el camposanto Jardines de la Esperanza), luego pasan por la Martha Roldós, van por la Coca Cola, City Mall y culmina en Garzocentro. El retorno es por la misma agotadora ruta. Son cerca de 7 km de ida y venida.

Salen después almorzar en casa para aguantar el trajín, y meriendan por la generosidad de las personas que los ven en su recorrido. “Nos dan comida, pues el dinero que juntamos no alcanza”, asegura Daniel, quien cuenta que en este trabajo han visto de todo, desde accidentes automovilísticos hasta una balacera.

Pero nada se compara a lo que vivieron en el tiempo más crítico de la pandemia en Guayaquil, marzo y abril: vieron cadáveres tirados en las calles o sobre colchones. “Una vez me asusté pues había un ‘cerro’ de basura y al buscar, debajo de los paquetes estaba un cuerpo”, recuerda Elizabeth. La pareja se vio obligada a trabajar en la emergencia porque su bebé lloraba de hambre.

'Oso' es su fiel mascota. Él los acompaña en sus caminatas laborales.Álex Lima-Extra

En esos días pudieron conseguir más objetos para reciclar, pues la gente botaba colchones y a estos ellos les quitan los resortes metálicos y los venden en la recicladora, pero por el virus no podían ni tocarlos por miedo a contagiarse.

“Cuando nos veían los policías nos decían que regresaramos a la casa. Les explicábamos que era por necesidad y nos daban 15 minutos para escarbar. No faltaron los uniformados caritativos que nos regalaban panes y colas. Aunque ganamos cinco dólares por día, eso sirvió”, comenta Daniel.

No usan mascarillas, pero tienen un frasco de alcohol para desinfectar sus manos. Declaran que su fe en Dios los cubre de todo mal. “Cada día que salimos y entramos a casa oramos y agradecemos al Señor por cuidarnos y ayudarnos. 

Hay más chamberos, sin embargo, Él da para todos”, expresa la joven, quien revela que el Creador los libró dos veces de ser arrasados por conductores que van ‘soplados’ por las calles aledañas a City Mall. Asimismo cuenta que los vidrios de coches han causado que las llantas de su triciclo se ponchen, y les ha tocado trabajar ‘tubo abajo’, pero aún así no ‘desinflan’ sus esperanzas de llevar comida a sus hijos.

Es muy sacrificado reciclar, pero preferimos hacer esto a que alguien nos señale. Dormimos en paz. Aunque hay muchachos que se escudan en el desempleo y por eso roban, nosotros queremos ser buen ejemplo para nuestros hijos”, puntualiza Elizabeth, quien cuando ya no ‘jala’ de regreso a casa, sube al triciclo junto a su pequeño, y Daniel tiene que triplicar sus fuerzas para literal sostener a su familia. Tras ellos va ‘Oso’ su fiel mascota, que también hace lo suyo. Entre la basura encuentra sorpresas para sus dueños o para su estómago.

Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) 1'009.582 se reportaron como desempleados, entre mayo y junio de este año. Es decir, 698.449 personas perdieron su empleo comparado con diciembre del año pasado.