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‘Confidentes’ de los muertos
A pesar de que se dispuso el cierre de los cementerios en Quito, los ‘guardianes’ de los fallecidos continuarán con el ritual del Día de los Difuntos.
Hace un año, Wilmer Piedra se entretenía escuchando los acordes de las serenatas dedicadas a los muertos, mientras consolaba a los parientes que lloraban cerca de la lápida. Ahora, el único sonido que percibe es el de la carretilla desgastada de su compañero llevando materiales de construcción...
Para Piedra, uno de los 10 trabajadores del cementerio de San Diego, en el centro de Quito, el último 2 de noviembre fue colorido. Recuerda que miles de personas llevaban flores y regalos a sus familiares fallecidos. Comían colada morada con guaguas de pan junto a las tumbas. “Era como en las telenovelas. Algunos lloraban, otros bailaban, bebían…”.
Sin embargo, mañana, la única compañía que tendrá serán las sombras grises de los mausoleos reflejadas en el suelo. Eso sí, los guardianes del camposanto ‘celebrarán’ a los más de 100.000 muertos que reposan en el lugar, en su ‘cumpleaños’: El Día de los Difuntos. Serán, por ahora, sus ‘confidentes’.
Esto luego de que el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) de Quito dispusiera que los cementerios se cerraran durante el feriado para evitar aglomeraciones y la propagación del COVID-19. Juan Zapata, director del ECU-911, explica que en esta fecha, en la capital hay camposantos donde se movilizan cerca de 200.000 personas.
Luis Choca trabaja más de 30 años en San Diego y cuenta que es la primera vez que no abrirán el lugar en esta fecha. Incluso, el hombre pintó los bordillos del camposanto con la esperanza de que “este fenómeno del coronavirus se vaya y podamos recibir gente”. Pero no.
Choca también lamenta que la pandemia les quitara el Día de las Madres, otra fecha en la que suele haber mucha concurrencia.
INCONDICIONALES
Lo que más extrañará Piedra en esta fecha es que no podrá convertirse en sacerdote, guía turístico y psicólogo a la vez. Él trabaja 8 años en el cementerio, pero ha sido suficiente para ‘confesar’ las penas de los allegados que visitan a los muertitos y darles consejos para que no terminen en un nicho.
Además, solía hacer recorridos con los más jóvenes, quienes evitan las escenas de dolor en la despedida de un familiar y prefieren caminar por el camposanto. Piedra los lleva a los mausoleos del expresidente José María Velasco Ibarra y del poeta Jorge Carrera Andrade. “Siempre es bueno algo de historia entre tanta tristeza”, dice.
A pocos metros, Bolívar Guachamín realiza los últimos retoques a un jardín. También retira las flores secas de los 400 nichos que le corresponden y piensa con melancolía que ese día lo pasará solo y ‘hablando con los muertos’. “Este oficio es como un baile. Lamentablemente nos tocó bailar con la más fea (la muerte)”.
ORACIÓN PARA LOS MUERTOS
El Día de los Difuntos es una fecha tradicional que rememora ciertas costumbres ancestrales de los indígenas, como ir al cementerio y visitar a sus seres queridos con quienes, simbólicamente, comparten alimentos. Los ancestros creían que la muerte es solo el inicio de la ‘otra vida’.
Según el sacerdote Luis Mejía, párroco de la iglesia de Chillogallo, estas tradiciones se unieron al concepto religioso de ofrendar los restos de una persona a Dios.
Por eso, a pesar de que no se pueda visitar a los familiares fallecidos, el padre Mejía recuerda que se lo puede hacer en las iglesias. El sacerdote indica que en algunos templos de la capital se colocarán pequeños altares para que las personas lleven fotografías de sus seres queridos y puedan recordarlos con oraciones.
ALGO PARECIDO EN MEJÍA
Los trabajadores de San Diego no son los únicos que se verán cara a cara con la soledad en finados. En Mejía, cantón al sur de Quito, la situación será similar por disposición, asimismo, del COE.
“Nosotros siempre arreglábamos el cementerio, al menos, con unos 15 días de antelación”, cuenta Marcelo Rivera, quien ha dedicado ocho años –de sus 40- a cuidar el camposanto de Machachi. En las dos semanas previas al Día de los Difuntos, él junto a otros dos compañeros se distribuían los más de 4.000 nichos para limpiarlos o pintarlos.
Y mientras lo hacían recibían a gente que también llegaba para visitar a los muertitos. “Venían por cientos y por eso debíamos abrir las tres puertas”, admite el hombre, parado en la entrada principal del camposanto.
La ‘marea’ de personas era tal que debían extender los horarios de atención hasta entrada la noche. Pero ahora los cupos para los visitantes, antes del cierre por feriado, son reducidos, al punto que solo se abre un solo portón y se permite la entrada hasta las 17:00.
El Municipio otorga treinta turnos por día y se admite que ingresen hasta tres personas por cupo. Por eso los corredores de ese laberinto de tumbas lucen vacíos.
Solamente se mira a Rivera caminar con su espátula desgastada, un jean lleno de pintura blanca, botas amarillas y el afán de no desamparar a los fallecidos.
Lamenta que este año ya no escuchará los rezos de los visitantes que buscaban un espacio entre los nichos para visitar a los que se fueron. Tampoco verá las flores de diversos colores sobre las tumbas.
“Si el cementerio ya es triste, ahora lo será muchísimo más”, dice Luis de la Cruz, de 48 años, compañero de Rivera. Él se dedica a la recolección de los desechos de todo el cementerio, pero cuando le toca abrir huecos para sepultar cuerpos lo hace sin chistar.
Por eso, en los días que no se reciban a los familiares de los muertos, él estará dispuesto a seguir limpiando para agradar a las almas de todos los difuntos.
Pero lo hará con más énfasis en los nichos que no han sido visitados, al menos, por unos 20 años o más. “A veces, la gente se olvida de sus parientes y para eso estamos nosotros, para no dejar que su memoria también muera”, dice mientras la luz del día se pierde entre cruces, santos y tumbas.
En el cantón Mejía, aparte del cementerio de Machachi, los panteoneros recorrerán otros cinco camposantos... mientras, un sacerdote recuerda que los fieles podrán ir a las iglesias para rezar a quienes partieron a la eternidad y si gustan dejar una fotito en el altar.