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En el centro de Guayaquil están 'engrupidotes' con sus damas
Popular juego de mesa es el deleite en dos zonas de la urbe porteña. Quienes participan de los enfrentamientos dicen que estos son una tradición.
El tramo de Lorenzo de Garaycoa, entre Aguirre y Clemente Ballén, tiene una contradicción. Allí los ruidos de buses y negocios son tan fuertes como el latido del corazón de un velocista en pleno ‘pique’. Pero ni ese dinamismo desconcentra a una ‘gallada’ que se reúne todas las tardes, con tableros y fichas en mano, a pasar el rato.
Casi siempre superan la docena de ‘panas’. A veces pasan de 20. De lejos se los ve como en tumulto, pero en realidad tienen un orden. Dos se sientan en bancos plásticos uno frente a otro. Atrás de cada uno hay unos tres curiosos observando de pie. El dúo y sus mirones forman un subgrupo. Suele haber hasta tres subgrupos en un pedazo de ocho metros de la acera derecha.
El escándalo comercial y peatonal que los rodea no los entretiene. Es como si estuvieran dentro de una cápsula, en su propio mundo.
Los que están sentados casi ni se mueven. Apenas les ‘bailan’ las manos para pasar de un lado a otro pequeñas piezas redondas en esa tabla pintada con cuadritos a dos colores a lo largo y a lo ancho.
Quienes están parados los ven como anticipando qué van a hacer para luego ‘cranear’ si estarían de acuerdo o no con esas decisiones.
Tienen una mezcla de miradas serias y, a ratos, de fascinación. Están ‘endulzados’ con ese juego de estrategia llamado Damas chinas, cuyo objetivo consiste en quitarle la mayor cantidad de fichas al oponente a través de una serie de movimientos en diagonal.
ESQUINAS, AÑOS Y NOSTALGIA
Cuando a cada uno le preguntan qué tiempo llevan en esa afición, las respuestas son curiosas. Son décadas y décadas de encanto por una disciplina a la que no dejan morir en esa zona céntrica de la ciudad, que ahora por esta era tecnológica acoge a cuantos ‘pelados’ que se les pasean con celulares en las manos.
Por ejemplo, Darwin Demera Ortiz juega damas desde 1986. Como típico muchacho de ese entonces se acercaba a ver qué era eso tan adictivo en que los adultos ocupaban sus tardes y noches después del ‘camello’.
“Así era antes y así es ahora. Nadie te enseñaba. Uno aprendía viendo, dándose cuenta de qué se trataba el juego. Muy pocos se animaban a explicar, porque era cosa de grandes”, recuerda.
Demera, con sus 57 años a cuestas, se enorgullece en decir que de a poco fue incrementando sus conocimientos sobre el tablero, a costa de perder y de ir estudiando a los rivales.
Cuenta que hace unos 40 años solía ir a ver las partidas en Colón y Quito o en Colón y Machala, de las tantas esquinas que en antaño predominaban el placer por este juego de mesa. Por el parque Chile o en la calle Febres Cordero también se solía ver aquellas jornadas de harto ‘saque de brillo’ de las fichas al sol.
Darwin vende coladas por las mañanas. En las tardes, cuando se desocupa tipo 15:00 - 16:00, ‘cae’ al sitio para ‘pegarse’ unas partiditas.
Ese reducto es como una convención de trabajadores de todo oficio. Hay comerciantes, como Darwin, que llegan agotados con los pies hinchados de tanto recorrer las calles. Hay arquitectos, abogados o ingenieros, aunque no todos con títulos académicos, pero que así los apodaron porque tienen ese estudio de la práctica en la calle que no dan las universidades.
Hay unos que tienen hasta 50 años jugando. Casi toda su vida, desde poco después de la adolescencia, dedicados a esto.
Los amigos tienen cinco categorías, según el nivel de juego de cada uno. El primer nivel es el de los más ‘pepas’.
AYUDITAS Y JORNADAS
El comienzo de la reunión suele ser a partir de las tres de la tarde. Se van sumando quienes se desocupan de sus labores y van por los bancos, tableros y fichas que les tienen guardados los ‘llavecitas’ que cuidan los locales cercanos a su vereda.
Por el favorcito les dan para las colas. No hay pleito ni relajo. Todos hacen la ‘vaca’ sin chistar, porque así lo han acordado.
Los enfrentamientos pueden durar hasta las 19:00 o, incluso, hasta las 22:00 si el ánimo y la ‘pica’ por ganar están a flote.
Lo anecdótico es que hay días en que no todos juegan. En ocasiones hay quienes solo van a ver cómo se van desarrollando las mesas.
“Ver, a veces suele ser más emocionante, porque no siempre se está con las ganas de andar pensando cómo triunfar ante tu oponente”, dice Darwin. Uno de sus amigos, oriundo de Durán, lo secunda en la opinión.
“Esto es sano, agilita la cabeza y la capacidad para pensar y tomar decisiones”, agrega el señor, quien riendo se niega a decir su nombre para que no lo atosiguen las ‘culebras’.
DAN LA MANO A LA ‘VECI’
Rumichaca y Capitán Nájera es otro de los pocos puntos de damas chinas al aire libre en el centro de la urbe porteña.
Manuel Miranda es uno de los que acude vespertinamente a entretenerse de los problemas cotidianos. Le gusta vestir de guayabera o de camisa mangas largas, con sus zapatos bien lustrados.
Hay otros que viven cerca y prefieren la comodidad de la ‘mocha’ para que se ventilen las piernas y zapatillas en vez de calzados de suela.
Los tableros se los donan quienes van únicamente a verlos jugar, cuenta Manuel. Porque hay muchos fanáticos que se deleitan con observar las contiendas, como también pasa en la calle Lorenzo de Garaycoa.
“Ellos suelen traer las tablas porque lo ven como una forma de colaborar. Nosotros, los que jugamos, también cada cierto tiempo cambiamos la mesa cuando vemos que se va deteriorando”, indica.
En esa intersección una vecina es quien les guarda las piezas y a cambio le dan una ‘latita’ por ‘mate’ para que con ese billetito pueda parar su economía.
Los ‘panitas’ comentan que su gusto por este juego no va a morir, porque nunca falta alguien que se les acerca y quiere sumarse para ir ganando experiencia.
Llegan a venderles hotdogs, ‘pastelazos’, sánduches con café y un sinfín de aperitivos. Los que les calman la ‘leona’ suelen quedarse viendo un rato, porque las damas tienen ese encanto que uno no se explica, pero que está ahí... ese encanto de dama que enamora.