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Caso envenenados de Pifo: Que la ira de Dios se encargue
La mujer que sobrevivió al ataque de Doña Veneno cuenta su experiencia cercana a la muerte. Pese a eso, dice que perdona a Lissa Caiza.
"Amados, no se venguen ustedes mismos, sino dejen lugar a la ira de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza; yo pagaré, dice el Señor”. Con esta frase, Norma Sinche inició una de sus cartas más recientes, las que entrega a la gente mientras predica en las calles.
Esta mujer evangélica es la sobreviviente de Lissa María Caiza, acusada de asesinar a sus dos hijos –9 y 5 años– así como a su novio Jaime Yanchaguano, el 27 de octubre de 2020. Siete meses después, Norma aplicó aquel mensaje en su vida: perdonó a Doña Veneno, quien intentó matarla también en Pifo, nororiente de Quito, aquella fatídica fecha.
La víctima, que todavía tiene una dolencia en su estómago producto de la sustancia que ingirió, cuenta en exclusiva a EXTRA cómo conoció a Caiza y los detalles del día que estuvo a punto de morir.
Sábado 24 de octubre de 2020. En esta fecha, Norma, madre de dos niñas y abuela de tres nietos, cumplió siete meses en el desempleo. Cuando empezó la pandemia, la despidieron de la florícola donde laboró por 12 años. “Mi trabajo era poner los capuchones en las flores, pesarlas y prepararlas para la venta”, recuerda con entusiasmo.
Sin nada más que hacer, Norma prefirió continuar con las prédicas evangélicas a través de Internet desde su casa en Yaruquí, nororiente de la ciudad. En una de esas reuniones, ella contó sobre su situación a una amiga, quien coincidentemente era prima de Doña Veneno.
“Me preguntó si me interesaría cuidar a los hijos de la señora Lissa, porque ella justo estaba buscando a una persona para eso”. Fue entonces que quedaron en reunirse, vía telemática, a las 17:00 de ese sábado.
Norma se acomodó en la mesita que tiene en su cuarto, en la que escribe las cartas evangélicas, para recibir la llamada. Puntual, Lissa apareció en la pantalla, saludó y, sin rodeos, le explicó a Norma lo que debía hacer. Sin embargo, se pusieron de acuerdo para reunirse luego de dos días y hablar más detalladamente.
La reunión
Lunes 26 de octubre de 2020. Norma se había levantado cerca de las 05:00 para hacer el desayuno a una de sus hijas que trabajaba. Al tiempo, estaba entusiasmada porque por fin tendría platita como niñera. “Luego de que mi hija se fue, me reuní por Zoom con mis compañeras y nos pusimos a predicar”.
Lo hizo hasta antes del mediodía y preparó el almuerzo. Debía hacerlo rápido porque a las 16:00 tenía que salir a Pifo, a la casa de Caiza. Se puso un pantalón, una blusa y completó su atuendo con un abrigo. Tomó un bus en la vía principal y en 20 minutos estuvo en el parque de la parroquia donde se reunió con la implicada.
“Íbamos conversando hasta llegar a la casa. Subimos unas gradas y me hizo entrar al departamento”. Se sentaron en un sillón mientras los dos chiquillos que cuidaría se divertían jugando por la sala.
Caiza le dijo a Norma que ganaría 200 dólares mensuales. Además solamente lo haría medio tiempo: de 10:00 a 16:00. Ni siquiera debía preocuparse por la comida, porque Caiza dejaría cocinando. “Debía darles el almuerzo y antes de salir tenía que prepararles un sánduche”.
Fue en ese momento que le entró la duda, porque el negocio era demasiado bueno para ser cierto. “En realidad, no sabía si la señora me iba a pagar completamente”, admite la sobreviviente.
Pero, a más de esos términos, Caiza anticipó a la víctima que, previo a entrar a la casa, cada día ella le daría una pastilla para que le subieran las defensas y evitar un contagio de COVID-19. “Me dijo si deseaba un antibiótico o una cápsula de producto natural. Le dije que la segunda”.
Las dos continuaron conversando y para seguir dialogando, Doña Veneno ofreció a Norma una taza de café. Sin embargo, ella no aceptó porque debía irse temprano. La mujer salió de la casa y se fue para Pifo porque esa tarde debía reunirse con sus colegas evangélicos.
El envenenamiento
Martes 27 de octubre de 2020. Era el primer día de trabajo de Norma y, solo por esa ocasión, entraría a las 09:00. Para no llegar tarde, ella solamente se tomó una taza de agua de menta con unas tortillas de zanahoria blanca. Se vistió, se puso su mascarilla y, como el día anterior, hizo el mismo recorrido en el bus.
“Cuando llegué, golpeé la puerta y la señora ya me esperaba con alcohol para desinfectarme. Me dijo que me quitara los zapatos y me dio unas pantuflas”. En ese momento, Caiza le entregó una cápsula azul y Norma se la tomó con un vaso de agua.
Ambas se sentaron en el sillón. La sospechosa le pidió que esperaran a su marido porque quería conocerla. “De repente sentí un mal olor y ella me explicó que era porque había unas gallinas en el terreno de al lado”. Pero no, la peste era el cadáver descompuesto de Yanchaguano que ya llevaba varios días escondido.
De un momento a otro, a Norma le dolió el estómago y sintió náuseas. Le pidió a Caiza que le prestara el baño y vomitó. Salió, pero el malestar continuaba. “No podía estar de pie y para caminar tuve que apoyarme en la pared”.
Cayó pesadamente en el sillón, pero Caiza no se inmutó, recuerda la mujer. En ese instante se acordó de la pastilla y creyó que estuvo caducada. Doña Veneno entonces le pidió un número de algún amigo evangélico para llamarlo y Norma se recostó.
“Le rogaba que me llevara a un hospital porque sentía que me moría. Ni siquiera me salían las palabras”. La sospechosa dejó por un momento el teléfono –del que nunca se desamparó– y le dio un vaso con agua. Y Norma, antes de desmayarse, le pidió a Jehová que la protegiera.
Al parecer, la oración tuvo eco porque la prima de la sospechosa la llamó y Doña Veneno le respondió, pidiéndole que fuera a verla porque no quería que la señora se muriera en su casa.
Sufrió por los niños
Al poco tiempo, los allegados de Norma fueron a la vivienda de Pifo y pidieron una ambulancia. “No recuerdo cómo me sacaron”, admite la víctima, quien fue llevada al hospital de Yaruquí, pero luego la transfirieron al hospital de Calderón, norte de Quito, y allí la internaron.
Ya en la noche, la mujer se despertó, vio a su hija y al médico. “Me preguntaron lo que había tomado y les conté de la pastilla”. El dolor seguía, pero para combatirlo le pusieron sueros y le daban aguas aromáticas.
Mientras la atendían, la desgracia se cirnió en la casa de Caiza. Los niños también fueron envenenados y murieron sobre sus camas. En la madrugada del 28 de octubre, la Policía los halló y dieron con el cadáver descompuestos de Yanchaguano debajo del lavabo de la cocina. Se presume que fue asesinado 10 días antes de esa fecha: asfixiado, envenenado y luego embalado.
Ya el 29 de octubre de ese año, cerca de las 14:00, Norma se enteró de todo. Su hija fue a visitarla y le contó de la tragedia: “Mami, los niños también se murieron”. La mujer se entristeció y en aquel segundo se preguntó porqué quiso matarla a ella también. Y no encontró una respuesta.
Supo, además, que Caiza fue llevada a la misma casa de salud después del crimen, porque se había tomado veneno. “Le pregunté a los policías que la custodiaban si podía verla, pero no me dejaron”. Ella quería preguntarle por qué quiso asesinarla.
Un día después le dieron el alta. Con el dolor a cuestas, Norma regresó a su casa y continuó con su vida. Sigue predicando y ‘cachueleó’ en una florícola, pero está sin empleo fijo.
En mayo fue convocada a la audiencia de juicio contra la implicada y contó lo que pasó con ella. Sin embargo, en sus planes nunca estuvo denunciarla por el intento de asesinato. “He dejado esto en las manos de Jehová, porque él será el único en juzgarla”, finaliza la sobreviviente de Doña Veneno sin rencor en su corazón.
La acusada no sería asesina serial
Luego de la detención de Caiza, la Policía la vinculó a dos asesinatos bajo la misma modalidad: es decir, las víctimas fueron envenenadas. En ese momento, se detalló que la procesada estaría dentro de la lista de asesinos seriales del país.
Sin embargo, en un reciente análisis psicológico practicado a la implicada se determinó que eso no sería así. Según el documento, al que EXTRA tuvo acceso, se detalla que los asesinatos de sus hijos y de Jaime Yanchaguano no tuvieron una conexión directa.
Además, no se puede categorizar los casos de esa manera porque no hubo una planificación minuciosa, ni una ritualidad, ni fantasía de poder. “Tampoco ha existido búsqueda de una gratificación de índole psicológica en los hechos”.