Exclusivo
Actualidad
Santo Domingo: Los relatos de terror de una familia que dice vivir en una casa embrujada
Tras la muerte de su madre, el chatarrero Kléber comenzó a experimentar eventos paranormales. Lo lastimaban y le hundían la cabeza en el colchón mientras oraba. Con la limpia de un chamán descubrieron qué había detrás de aquellos muros.
Poco antes de morir, Martina –piel agrietada, cabello cenizo– veía que dos hombres, una mujer y una niña entraban a su dormitorio. Aletargada por sus dolencias, la anciana guardó celosamente su ropa debajo de la cama. Decía que aquellas personas le iban a robar.
Pero era casi imposible que ladrones ingresaran en su casa y luego se escabulleran sin dejar rastro. Parecía una locura. Amelina, su hija, pensaba: “Mamá está perdiendo la cabeza”. Nadie creía que alguien irrumpía la paz de Martina en las húmedas madrugadas de Santo Domingo de los Tsáchilas. Hasta que murió…
(Te invitamos a leer: Guayaquil: Joven desaparecido fue hallado 18 días después, pero en osamentas)
En la pequeña casa de Martina, situada en el sector Municipal Uno, también vivía Kléber –piel curtida, ojos pequeños–. Dormía en una habitación contigua a la de su madre. Ocho días después de que la anciana falleciera, en 2021, se mudó a su cuarto. Fue entonces cuando él y sus hermanas entendieron lo que ocurría detrás de las paredes de bloque de esa propiedad. ¡Estaba endemoniada!
Kléber, cristiano y de 71 años, cada mañana se levantaba a orar. Y mientras lo hacía, una fuerza sobrenatural hundía su cabeza en el colchón de su cama. No solo eso. Lo empujaba. Lo lastimaba. “¡Los espíritus lo querían arrastrar!”, suelta Amelina mientras recorre con EXTRA los exteriores de la casa, donde la humedad ha desvanecido la pintura de los muros y ha llenado de musgo el angosto camino de piedras que conduce a la puerta principal de madera, corroída por los años.
Amelina, sin temor, abre el candado. Se descubre una sala vacía, con un charco de agua en medio, donde la mujer continúa con el relato: cuatro meses después de la muerte de Martina, y tras las constantes quejas de Kléber debido a los eventos paranormales que experimentaba, sus hermanas contactaron a don Segundo, un curador –o chamán– que inmediatamente les recomendó limpiar la vivienda. Pero debían sacar a Kléber de allí cuanto antes. Y así fue.
Se mudó a la propiedad de una familiar, situada a unas cinco cuadras. E inmediatamente, Amelina y sus dos hermanas empezaron a botar las cosas que había en la casa endemoniada, siguiendo las instrucciones del chamán. Mientras lo hacían, una de ellas gritaba malas palabras: “Hijo de pu… fuera de aquí”, “maldito… largo”, replicaba. Pero lo más crítico no llegó sino hasta cuando levantaron el colchón donde dormía Kléber y hallaron cientos de gusanos blancos, animales que estarían relacionados con brujería negra.
Tomaron el colchón y lo aventaron a una fogata que habían encendido en el patio de la casa. De repente se levantó una columna de fuego que asombrosamente tomó la forma de cuernos. Eran los cachos del demonio, cree Amelina, pues estos sobrepasaban los muros. Y de fondo, crujían los gusanos en la brasa viva. En ese, que más bien parecía un ritual de exorcismo, una de las hermanas se sintió mal, pero las demás le dieron ánimos para que no se dejara abatir por las malas energías que brotaban.
La limpia no terminó allí
¿Quién se había apoderado de la casa?, se preguntaban Amelina y sus hermanas. ¿Era un ente? ¿Un demonio? ¿¡Qué!?
Con ayuda de don Segundo, el curador, pronto descubrirían quién rondaba por las habitaciones. Cumpliendo con las directrices, las hermanas se dirigieron a una finca donde recolectaron ceniza. Regresaron y la dispersaron sobre un papel periódico en el ingreso de la casa. Cerraron la puerta con candado y se marcharon. Al día siguiente volvieron y lo que había allí era tan aterrador, como lo que muchos han visto en la película de Actividad Paranormal.
Lee también: Los secretos ocultos de la mansión de los fantasmas nazis de Quito.
En las cenizas había huellas. Huellas de zapatos. Huellas de terror. Huellas del más allá. Dos hombres, una mujer y una niña. El candado había permanecido cerrado y claramente nadie había podido ingresar. Pero en el papel periódico estaba la marca de que aquellos espíritus malignos merodeaban la casa. Habían entrado y salido. Y esa era la prueba de que Martina no alucinaba. Ella veía fantasmas. Y nadie le creyó hasta que todos pudieron comprobarlo.
Fuera, espíritu
Crédulas, Amelina y sus hermanas lo repitieron una vez más. A la mañana siguiente había huellas. Eran las mismas. Y tan pronto como le contaron a don Segundo de la presencia de estos entes corrieron a comprar un dólar de carbón, sahumerio, ruda, romero… limpiaron la casa, ahuyentaron a esos espíritus que, según Amelina, eran malignos porque “casi matan a Kléber. Él sentía que desfallecía, tenía los párpados hinchados, le dolía el cuerpo”.
Por supuesto, Kléber, quien era un chatarrero, también se sometió a una limpia. La familia no hallaba las razones para que algo así hubiese pasado en su casa. Trataban de hallar respuestas y hasta llegaron a creer que Kléber había cogido alguna chatarra con mala energía. Pero era algo inverosímil. Sin embargo, más adelante, concluyeron que había entes del más allá encerrados en su casa debido a que, en varias ocasiones, la familia había prestado la casa para que realizaran velorios del barrio.
Kléber no ha vuelto de enfrentarse a demonios. Han pasado dos años y los nuevos huéspedes que han arrendado la casa no han presenciado ningún hecho paranormal. Amelina, tras colocar los candados, recoge naranjas de un frondoso árbol. Y se va. Hoy, la casa está en venta.