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El cariño de madre aplaca la decepción
Este domingo, una joven trabajadora sexual tendrá la oportunidad de volverse a conectar afectivamente con su progenitora.
Con ternura, Jenny peina a su hija, Lissette, en la sala de su casa, como en la época en que era niña. Pero ahora tiene 18 años, es mamá de una pequeña, de 3, y, además, es trabajadora sexual. Un oficio que inicialmente fue cuestionado por su progenitora...
Jenny desliza el cepillo con suavidad y calma, como si imitara inconscientemente el lento proceso de aceptación que vivió frente a la nueva labor de la muchacha.
Hoy, el Día de la Madre será distinto en este hogar. Es el primero desde que la joven está en esa actividad. Apenas cuatro meses. Poco tiempo, pero el suficiente para entender el sacrificio de ganar dinero y sacar adelante a su “enana”, quien corre incansablemente por la casa.
La fecha también será diferente porque es una oportunidad para recomponer el lazo familiar. El asombro y la decepción aún se perciben en Jenny. Sin embargo, prevalece en ella el amor, porque “una madre está en todo momento”, dice.
Lissette lee la mirada de su mamá y comenta -en voz baja, como contando un secreto para que no la oiga- que aún está dolida por la situación. Por eso tiene pensado pasar juntas este domingo para limar asperezas.
“Yo trabajo así, pero no es porque me guste ni porque quiera, sino porque soy madre y padre para mi hijita. Lo que hago día a día es para comprarle lo que necesita”, explica la muchacha. Suspira, hace una pausa y toma aire. Un gesto evidente de que está desahogando su tristeza.
Continúa la conversación revelando algo que otras sexoservidoras también han dicho. Es una pesadilla en común que la sociedad no sabe o, lo que es peor, decide ignorar anteponiendo el prejuicio.
“Los clientes una vez adentro de la habitación no nos dejan salir, nos ahorcan, a algunas chicas también las maltratan”, relata.
SUEÑO EN ESPERA
Para Lissette y todas quienes están en la prostitución, no es nada nuevo tener que lidiar con un cliché que oyen a su alrededor: “Es un trabajo fácil... ¿Por qué no hacen otra cosa?”. En su caso, la respuesta es un sueño en espera ante la necesidad urgente de dinero.
Cuando recién tuvo a su nena, la joven intentó afrontar económicamente sus gastos yendo a casas a maquillar, pintar uñas y arreglar el cabello. Dejó inconcluso el colegio para dedicarse a eso. Pero no siempre había ‘cachuelos’. Y los pañales, la leche y la alimentación de una bebé no esperan. Cruda bienvenida a la maternidad.
Lissette abandonó ese campo laboral. Su decisión -aclara- no es definitiva. Quedó en espera y pasó a ser un objetivo. Siempre le gustó el ámbito de la cosmetología y la belleza. Hizo cursos y, a futuro, aspira a seguirse preparando.
Se puede notar que la ilusión se apodera de su rostro hablando al respecto. Sonríe. Alza la voz. Gesticula. Es una vocación que quiere convertir en un modo de vida.
“Espero poner un gabinete para damas. Es lo que aspiro. Quiero tenerlo en el centro, porque allí hay más movimiento. Esa es mi meta, ya no vivir de la prostitución, sino de mi emprendimiento”, refiere.
Jenny respalda aquel anhelo. Toma las manos de su hija y le dice que debe luchar por conseguirlo. Que no se desanime, que no renuncie a concretar su plan.
La señora recalca que quién sino los padres para dar la mano a sus hijos. Sus palabras van tomando fuerza en Lissette. Se percata de que la comprensión poco a poco se va haciendo espacio entre ambas, que estaban un tanto distanciadas.
Los últimos cuatro meses para ellas han sido de aprendizaje y de ponerle la cara al destino con un ímpetu de superación. Imaginaron otra realidad, pero se tienen una a la otra, para ir ‘frenteando’ lo que se venga y abrirle paso a esa pequeñita que está creciendo.