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El juego de billar es más común entre los hombres, pero ahora hay quienes los adquieren para el entretenimiento familiar.Cortesía

¡Billares, una tradición que no muere ante los juegos virtuales!

Hay menos billares populares, pero eso no detiene la actividad. Muchos hacen su esfuerzo para comprarse uno. Llegan a costar hasta 1.000 dólares.

Regularcito nomás para jugar, pero eso sí, todo un maestro para armar esas mesas en las que un solo milímetro de diferencia puede marcar una buena o una mala ‘bricol’ (juego con banda) en el billar. A sus 55 años, Francisco Collantes es heredero de un arte que, más que un trabajo, es una pasión: la fabricación de mesas de billar y futbolines.

Sí, de aquellas que, aunque cada vez se ven menos en las calles porque van siendo reemplazadas por los juegos tecnológicos y del celular, todavía siguen teniendo su clientela. Y es que Francisco ‘nació’ prácticamente en una mesa de billar. Su papá, Ernesto Collantes, fue un ambateño que se vino a Guayaquil por pedido de un hermano para armar un juego de esos para un cliente en la bahía porteña. Y aquí se quedó. De eso hace ya más de 60 años. En esta ciudad don Ernesto conoció a su esposa, con quien tuvo tres hijos.

Y en su taller, entre tablas, cuadrantes de billas y pequeños futbolines crecieron los herederos de este arte. Ya con el paso de los años, tal es el amor que Francisco le tomó a esto de la ‘madera fina’, que luego de terminar sus estudios universitarios y obtener su título de economista, enmarcó su cartón, lo colgó en el taller y siguió en lo suyo, en lo que le apasiona: fabricar esos juegos.

Un milímetro de más y se ‘jodió’

Construir esas mesas de diversión, cuyo costo ronda los 1.000 dólares y se elaboran generalmente en maderas como el roble, amarillo, teca o guayacán blanco, tiene su complejidad. “Es que esto del billar tiene un poco de matemáticas y algo de geometría”, asegura Francisco al explicar que “todo debe ser bien medidito”. La mesa debe ir bien alineada. Para eso, durante el proceso de armado se pone una regla y se va calculando todo.

Y algo vital, explica, es el alto de la banda. Esa especie de ‘techito’ que sobresale en la parte superior “debe medir 35 milímetros, exactos; un milímetro de más hace que la bola no resortee bien y pierda velocidad, y un milímetro menos hace que la bola salte y no tenga el efecto deseado”.

Rolando León, de esos que se dicen ‘viciosos del barrio’, asegura que eso de la precisión es cierto. “Cuando uno encuentra una mesa que no sirve se nota, la bola se queda o no hace el efecto deseado al golpe del taco”, dice el vecino de la ‘18’ de Guayaquil.

La fabricación de mesas de billar requiere de muchos detalles, en especial de las medidas, pues un milímetro de flla pueda afectar todo. En el centro se coloca granito.Christian Vinueza / EXTRA

Una mesa pesadísima

Aunque hay otro detalle no menor y que sorprende a muchos: por qué es tan pesada la mesa, casi 600 libras. La base del centro no es madera, como se podría pensar, sino que se coloca roca de granito. “Ese es el secreto de una buena mesa. El granito le da estabilidad y la alineación que se necesita. Por eso cuando los jugadores se apegan a ella ni siquiera la mueven”, explica Collantes, quien agrega que en otros países usan la roca de ceniza volcánica, lo que hace mucho más cara a la mesa.

Otro taller dedicado a esta tarea es Billares Proaño, hoy en manos de Flavio Proaño, quien al igual que Francisco Collantes heredó esta pasión, aunque él de su abuelo, quien se inició en esta actividad hace unos 52 años. Proaño apunta que aunque se ven menos billares populares, en cambio ha crecido el tema de la compra de mesas por parte de familias, que buscan la manera de entretenerse. Y el esfuerzo que hizo Rolando Chávez, ingeniero y quien habilitó una pequeña área de juegos junto al garaje de su casa, lo demuestra.

. “La verdad es que a mí siempre me ha gustado el billar, pero ahora hay menos sitios en los barrios y por eso mejor le dije a mi familia que hagamos espacio para un billar y una mesa de ping pong”, cuenta el hombre, de 58 años. “A nosotros sí nos gusta. Cuando vienen los amigos nos reunimos en esa área y la diversión es mayor”, agrega su esposa, Sofía.

La fabricación de futbolines va por la misma línea. Estos son más baratos y pueden llegar a costar hasta 400 dólares.Vicente Tagle / EXTRA

“Aprenden con los videojuegos”

Flavio Proaño, de 24 años y también heredero de un negocio familiar vinculado desde hace más de medio siglo a la fabricación de billares y futbolines, cree que la tecnología tiene su lado rescatable en esto de mantener con vida juegos como el billar. 

Asegura que si bien el celular y los videojuegos distraen a muchos en la pantalla, “gracias a las redes sociales la mayoría de jugadores habituales ha tomado experiencias y busca mejorar sus golpes y hasta consulta las opciones de comprarse una mesa para jugar”. 

Flavio lidera el negocio familiar que hoy lleva ya 52 años. Lo inició su abuelo y con el paso del tiempo él asumió esta tarea. Proaño asegura que, aunque le gusta a muchos, por el costo monetario que implica (mesa, paño, tacos, bolas y más) este deporte no es practicado por todos, como el fútbol o el básquet.

Según Proaño, al aprender en videojuegos muchos se entusiasman por aprender a jugar billar en mesas de verdad.Cortesía

Lo mandaron a hacer ataúdes en época del Covid

Ni siquiera la pandemia de COVID-19 o la posibilidad de abrir una nueva línea de emprendimiento lo alejó de su ‘modelo de negocio’. Ni tampoco el incendio que el 24 de noviembre pasado le dejó pérdidas por más de 10 mil dólares en su taller.

“En esto llevo toda la vida, desde que tengo uso de razón”, asegura Francisco Collantes al contar sobre su actividad. En plena época en que moría mucha gente, un ‘pana’ le propuso que fabrique ataúdes, que se estaban vendiendo bastante. “Sí hice uno, pero solo para un amigo que lo necesitaba para sepultar a su hermana”, admite, al tiempo que sentencia con claridad: “Pero lo mío no es la muerte. Lo mío es dar alegría, la diversión, construir juegos... ver la alegría de las personas cuando le entregamos alguna mesa de juego”, afirma.

Y así, con ese entusiasmo con el que habla, le transmite a su hijo Gabriel su pasión. Como él, también creció entre tablas, billas y futbolines, y hoy, a sus 24 años, ya la tiene clara: no dejará morir este arte. Seguirá lo que inició su abuelo. Seguirá la tradición de los Collantes.