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Barberos con capa de héroes: su misión es devolverles la dignidad a los 'sin techo', en Quito
Instalan sus puestos en una esquina de La Alameda, centro de Quito, para cambiar el look a mendigos y consumidores.
El cielo anuncia lluvia. El frío cala los huesos. Es jueves, 19:30, y hay silencio en las calles Santa Prisca y Manuel Larrea, sector La Alameda, centro de Quito. De repente, un ejército se aproxima. ¡Son ocho! Todos jóvenes. Y estos conforman la brigada de los barberos nocturnos, cuyo líder es Jheyvi Mosquera.
En una esquina, al pie de un edificio, el ambiente exhala delincuencia, hambre, pobreza y abandono. Ahí, en aquel sitio sombrío, ellos instalan sus barberías móviles. Por que su misión es devolverles la dignidad -con estilo- a muchos ‘sin techo’ que habitan la zona.
El más joven tiene 20 años y el mayor no supera los 30. En sus mochilas cargan peines, tijeras, máquinas de afeitar y cortar cabello. Pero, sobre todo, solidaridad. Así lo dicen.
Mientras instalan cuatro sillas plásticas, una junto a otra, los ‘clientes’ llegan y se enlistan. Hay más de 30: jóvenes, viejos, ‘chumados’, sobrios, extranjeros, mujeres. Todos esperan la cuota del jueves. Corte de cabello. Comida. Y un poco de compasión, espetan.
“Ayudamos a la gente que vive en condición de calle: mendigos, delincuentes, consumidores de sustancias, alcohólicos. Les cambiamos el look para verlos felices, limpios, dignos. Nuestra mejor paga es que ellos nos digan ‘Dios te bendiga’, ‘gracias’ o un abrazo”, dice Jheyvi Mosquera.
Esta iniciativa nació hace cuatro años en el sur de Quito. Empezaron entre cuatro personas en el barrio Atahualpa. Después se unieron con la organización Ecuas en Acción y ya suman 120 miembros. 20 estilistas profesionales y 100 repartidores de alimentos.
“Todos los jueves, después de peluquearlos, les entregamos un plato de comida. Una vez que acabamos aquí hacemos un recorrido en dos sentidos: norte y sur. Empezamos a las 19:30 y acabamos a la medianoche o más”, resume Jheyvi.
Hasta la fecha, han realizado más de tres mil cambios de look, entre hombres y mujeres, y han repartido 20 mil meriendas en todo Quito. También han recorrido cuatro ciudades principales del país y dicen que llevarán esta misión hasta las calles de Lima, en Perú.
Alegría
Después de 30 minutos de ‘tijerear’ la cabeza de Guillermo, un reciclador que duerme en una vereda, Micky Endara, otro de los estilistas, afirma que este es el tiempo promedio que tarda en ‘peluquear’ a alguien que no se ha descuidado mucho. En casos extremos supera la hora.
“Es una experiencia gratificante, porque también les escuchamos sus problemas, conocemos miles de historias. Hemos llorado con ellos, les hemos ayudado. A uno logramos rehabilitarlo y dejó el vicio. Ahora es guardia de seguridad. Trabaja seis meses en eso, pero no deja de visitarnos”, cuenta.
“Ya quedó listo”, dice el joven barbero. Desabrocha la capa, que por cierto no es de Superman, la retira del pecho de Guillermo y tras sacudir los cabellos en el piso, el indigente se abalanza sobre su ‘héroe’. Sella su paga y firma su gratitud con un abrazo. Tras tomar su merienda y su cartón de jugo, se retira sin rumbo fijo.
Así pasa con uno y con otro. Hasta que la fila termina. Pero no para siempre.
Los barberos seguirán cambiando looks, vidas, diseñando sonrisas... cada jueves, en la misma esquina, esperando que algún día cambie la maltrecha cara de la pobreza de Quito.