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Crónica

Entre dos o tres agarraban al que estaba ‘mal parqueado’ y lo lanzaban a las pozas de lodo.EFE

Aserrín, aceite quemado y más recibían algunos 'patos' en carnaval

Dos guayaquileños, un manabita y una salitreña ‘remojan’ sus recuerdos y contaron a EXTRA historias salvajes de estas festividades, en las cuales unos fueron víctimas y otros los ‘mala fe’

En las fiestas de carnaval actuales hay comparsas, desfiles y conciertos. Algunos juegan con pistolas de agua, espumas, anilina y globos, pero hace unos 30 años habían carnavaleros que disfrutaban de juegos salvajes que los hacían con la ‘gallada’.

Estaban los ‘mala fe’, quienes escogían a sus víctimas para ‘hacerle la maldad’. También aparecían los cocineros, quienes sacaban todos los ingredientes como achiote, harina, huevos y tomates no para hacer la ‘jama’ y brindarle a los amigos, sino para echársela a los ‘bocas abiertas’.

Asimismo, se sumaban los atletas, quienes ‘soplaban’ para que no los agarren o para embarrar a un pana. Y para completar, salían los que se creían ‘GI JOE’ (Soldado americano) e imaginaban que los globazos eran granadas y aprovechaban para ‘sobarse’ a los que les caían mal del barrio. A continuación, historias de carnavales pasados.

La ‘vístima’

Mercy Quinto, de 57 años, vivió su adolescencia en el cantón Salitre y disfrutaba de la vida campestre, menos los días de carnaval. ¿El motivo? Siempre era la que ‘pagaba’ en estas festividades.

“Me tiraban huevo podrido, achiote, mis parientes se reían y les quería pegar. Una vez, a mis 15 años, me llevaron al corral y me lanzaron donde estaba la caca de la vaca. También me tiraban en el lodo donde se bañaban los chanchos, me cogían de las manos y pies, parecía cerdo antes de faenarlo”, expresa.

Por eso no le gustaban los carnavales, pues desde los 12 años se le ‘cargaban’, pero después se dio cuenta que ella tenía chance de desquitarse de quienes la ‘fregaban’.

“Me puse pilas y recogía la leche de los árboles y le ponía harina. Picaba caimitos, una fruta bien pegajosa, la aplastaba y con eso hasta las pestañas se pegaban”.

“Quien caía boca abajo en la caca de vaca se fregaba; quienes quedábamos de lado, nos cubríamos la cara con la camiseta”. 
Mercy Quinto, ciudadana

Pero eso no es todo, dentro de los preparados que Mercy recuerda en sus carnavales salitreños también estaba el estiércol de pollo. Todo eso metido en una funda, pues todavía no se comercializaban los globos.

Con tanta cosas que le echaban, un zorrillo al lado de ella desprendía un ‘mejor olor’.

Mercy siempre fue el blanco de los carnavaleros.Carlos Klinger / EXTRA

“Mi mamá nos pegaba y nos retaba, nos decía que nos íbamos a enfermar. Nos mandaba a bañar al río para quedar completamente limpias, nos daba jabón azul, pero igual seguía la pestilencia. Por eso nos calentaba agua con montes (ruda) para medio quitar el hedor y completábamos el proceso con colonia, la de caballito, famosa en la época”.

Al día siguiente visitaba a su abuela y otra vez la ‘correteadera’, embarrada, limpieza y retada.

Hay un carnaval que ella recuerda y su piel, también. Su ñaño la perseguía para lanzarla a la poza, ella salió ‘soplada’ y no se dio cuenta de la presencia de un alambre de púas y se ‘rajó’ el muslo derecho.

“No le bastó con verme así, me cogió y me lanzó donde se revolcaban los chanchos. Tengo una cicatriz de tres centímetros”.

Mercy ya perdió la cuenta de cuantas veces era el blanco para todas las salvajadas carnavaleras. Que no solo fueron en Salitre, también ‘marchó’ en Guayaquil, sitio al que vino a estudiar y se quedó a vivir.

Hace siete años, la lideresa comunitaria en Bastión Popular, sector en el que reside, volvió a ser ‘vístima’.

“Una amiga me sorprendió por detrás, tenía embarradas las manos de pintura y me las pasa por las mejillas, orejas y parte del cabello. Me tuve que sacar eso con diluyente, tuve que hacerlo poco a poco porque después me se pelaba la piel. Quedé rojita, gracias a Dios no fue mucho”, rememora la salitreña, quien ese carnaval volvió a terminar en una poza guayaca.

Por lo general, los muchachos eran quienes ‘limpiaban’ los buses con estas jeringas, fabricadas por ellos.Christian Vinueza / EXTRA

Refrescando el ‘cogote’

Desde los 7 años, Manuel Rodas acompañaba a su papá, transportista, en sus recorridos de bus.

Desde el interior veía cómo la ‘muchachada’ lanzaba globazos con gran velocidad que trizaban el vidrio y algunos salían ‘chispeados’ y terminaban en la cabeza de un pasajero.

“Con unos tubos que parecían jeringas nos lanzaban agua puerca y se armaba el conflicto, pues unos se iban a trabajar, no aguantaban y los seguían”, indica el guayaquileño.

Dentro de los recuerdos carnavaleros están las reuniones con sus ‘compas’, los choferes. “Nos echábamos aceite quemado de los carros en un parqueadero. Se ‘le hacía la maldad’ al que estaba limpio, se molestaba al inicio, luego nosotros mismos lo ayudábamos a sacarse la grasa. Fue hace unos 30 años”.

No solo se mojaban, también oían música y refrescaban la garganta a punta de bielas. “Todo esto fue en el Guasmo”.

Asimismo, cuenta los accidentes que vio. “Un motorizado por esquivar un globazo terminó debajo de un auto. El agua que se les lanzaba a los cascos les impedía la visión”.

Con estos panas, don Manuel carnavaleaba, a lo bien.Cortesía

‘Caza’, puñete y enfermedad

“Mi papá no se llevaba con nadie del barrio, en Pancho Segura y Los Ríos (suroeste porteño) y le daban ‘cacería’, pero él se iba de puñetes con la mayoría, no es como ahora que te sacan el revólver, era puñete limpio”, dice Julio Guato Chinchay, manaba y médico de profesión.

Se jugaba con talco, achiote, anilina, pero también mezclaban huevo podrido con aserrín y directo a la poza. Y a los que se las daban de ‘sabidos’ y se iban de viaje ‘tapiñados’ al regreso los carnavaleaban, así fuera de noche. No se salvaban.

“Algunas personas terminaban enfermas, con fiebre y hasta con gastroenteritis porque tragaban el preparado”.

Su ‘ñora’, María Elena Zambrano (48 años), es carnavalera de corazón, aún sigue jugando, a pesar de que su esposo ‘ya no le hace’ a esta fiesta. “Nos levantábamos a las 05:00 para prepararnos, a las 07:00 jugábamos. Los tanques eran llenos de agua de lluvia; los chicos recogían los huevos y tomates podridos de un mercado cercano, en el Guasmo sur”, narra María, quien confiesa que terminaba ‘molida’ con los juegos de carnaval, con dolor de oído por el agua que le ingresaba del globo; hasta las orejas le dolían por el golpe del bombazo.

Don Julio ya no juega en estas fiestas, pero de repente le lanza su globito a sus allegados.Amelia Andrade /EXTRA

Los ‘pobres y tristes’

Luis Cazar le hace honor a su apellido, él y sus panas, hace 30 años, le hacían ‘cacería’ a sus víctimas en el Barrio Orellana, centro de Guayaquil.

“Éramos dos bandos, primero nos íbamos de ‘peloteo’ y rematábamos jugando carnaval. Esto era todo el feriado, terminábamos arrugaditos, como pasas. Y nos correteábamos unas cuatro cuadras. Éramos unos ‘pobres y tristes’ que a los globos les poníamos pica pica”, el hombre de 46 años ríe recordando esos tiempos.

De igual manera, aprovechaban para darle duro al que le caía mal del barrio y pegarle su buen globazo. Lo lanzaban desde una terraza y se escondían. ‘Up’s se les ‘chispoteó’.

“Le caíamos a todos, pero nos gustaban los que iban arregladitos. A un pana la mamá le decía que no llegara mojado, con más ganas le dimos y regresó empapadito”.

Algunos padres de familia se molestaban, unos les reclamaron. “Bañamos y tiramos al piso con agua puerca a un chico, este fue llorando a la casa, nos vinieron a reclamar y nos escondimos, éramos adolescentes. No nos importaba ya.... nadie nos quitaba lo mojado”.