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Arte para los difuntos: emulan el estilo del cementerio de Tulcán en Quito
Un cura convenció a los pobladores de la parroquia de Atahualpa para hacer esculturas en los árboles de ciprés
Días antes del 2 de noviembre, el camposanto de la parroquia de Atahualpa, norte de Quito, empieza a ‘guapearse’, pues las visitas llegan desde distintas zonas del país.
El sitio llama la atención por los árboles de ciprés que se plantaron en 1989, con formas de osos y pájaros. Es una réplica del que se encuentra en Tulcán, provincia de Carchi.
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Allí, Margot Vaca pinta de blanco el mausoleo de su bisabuelo Pedro Antonio Flores Barrera, personaje reconocido de la parroquia por haber donado el terreno para el cementerio. “Es la única tumba que todavía se conserva. Es de piedra, incluso los ángeles son tallados en piedra”, relata.
Ella es una de las más jóvenes de la familia y se encarga de arreglar cada año la tumba que también alberga a sus abuelos. “Nos gusta tenerla bonita porque cuando la gente se congrega es la más visible” explica.
Así nació la idea
Blanca Nicolalde también arregla las tumbas de sus parientes, aunque no están en mausoleos. Cuenta que fue su hermano el responsable de la particular decoración.
“El padre Segundo Jaramillo llegó a nuestra casa y nos invitó a conocer el cementerio de Tulcán. Fuimos algunos. Nos gustó mucho”, rememora. Eso fue en 1989, que la familia de Blanca y los miembros del Club 4F, Cuerpos de Paz formados con voluntarios de Estados Unidos, se pusieron manos a la obra.
“Mi hermano se encargó de sembrar y luego de darles forma a los cipreses”, explica.
Por varios años él fue quien cuidó de los arbustos y ponía los detalles, hasta que tuvo un accidente en su taller de carpintería y perdió la retina. “Desde entonces ya no es lo mismo. Sí hay quien da mantenimiento, pero antes se veía más bonito. Era el amor que mi hermano le ponía”, asevera la habitante de la parroquia.
Las tradiciones
Hace unos días también se terminaron algunos arreglos eléctricos, según el Gobierno Autónomo Descentralizado (GAD) de Atahualpa. La noche del 1 de noviembre las familias de la zona acuden al camposanto para velar a sus difuntos. “Se ponen velas para el descanso de las almas”, relata Margot.
No solo eso, también se comparten alimentos junto a las tumbas. Sobre todo colada morada con guaguas de pan.
Al mediodía del 2 de noviembre se lleva a cabo una misa desde la capilla del camposanto. Eso sí, acompañados de la Virgen de El Quinche. Margot también tiene la misión de volver a pintar los nombres de la lápida para que los visitantes sepan de quién es la tumba más grande de todas.
Pedro Antonio Flores también fue el encargado de brindar la primera fiesta a esta Virgen. “Supe que mi bisabuelo además dio el terreno para la construcción de la iglesia. Somos muy devotos aquí”, explica.
La fe
Esta parroquia no solo tiene su propio cementerio arbolado, sino que alberga a su propia Virgen de El Quinche.
Rina Artieda, investigadora histórica, indica que la fe es “muy fuerte” en esta zona porque, se cuenta que en 1882, una pareja fue de romería al Quinche. En el camino “milagrosamente” se les había aparecido la imagen mariana.
“La pareja narró que mientras regresaban a Atahualpa pasaron por la quebrada de Patalarca y tropezaron con una piedra en la que se había grabado la preciosa imagen de la mamitica del Quinche”, cuenta.
Por un buen tiempo, la imagen estuvo en la casa de la pareja y de otros devotos hasta que se trasladó a la iglesia, hasta ahora.
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