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 Durante el día realizan otras actividades para mantenerse alejados del consumo. Reciben terapias y son desintoxicados en las habitaciones.Christian Vinueza

Alabanzas en el corazón de un 'chongo'

Las plegarias de su esposa tocaron el corazón de Claudio Cabezas y convirtió el night club en un centro de rehabilitación para jóvenes adictos

Claudio Cabezas Bricio está parado sobre un escenario de concreto frente a una veintena de hombres sentados en sillas de plástico. En ese mismo espacio, hace dos años, mujeres desnudas excitaban al público con movimientos eróticos en un tubo. Hacían pole dance, mientras abajo las ‘fieras’ mojaban sus ganas con cervezas. Ahora es un púlpito y desde ese sitio Claudio busca salvar vidas con terapias espirituales y cultos.

La mañana está nublada y adentro corre una débil brisa que refresca el rectángulo de 12 metros de ancho por 35 de largo que antes era el centro de la lujuria en el cantón General Villamil Playas. Hoy es Nueva Vida en Cristo, lugar que acoge a jóvenes con problemas de adicción a las drogas, aunque todavía conserve mucho de lo que fue el ‘chongo’ Copas y Amigos.

Por las pantallas de tres televisores de 32, 40 y 50 pulgadas que cuelgan en las paredes ya no se emiten imágenes de películas pornográficas, tampoco braman los gemidos de placer desde los parlantes. Ahora se transmiten videos de motivación y se escuchan alabanzas al Todopoderoso.

El servicio
El centro cuenta con un psicólogo, dos terapeutas, una doctora, una enfermera, un pastor, dos guardias y un cocinero. Además de un coordinador.

Los 12 cuartos que eran utilizados para los ‘cuerpeos’ mantienen su estructura y en la actualidad sirven como habitaciones donde duermen los pacientes en proceso de rehabilitación. Cada uno cuenta con una litera que es compartida por dos personas.

Copas y Amigos era el nombre con el que funcionó el ‘chongo’. Así era antes el establecimiento.Christian Vinueza

Atrás quedaron las noches de estridente salsa, bachata y reguetón; de sudor, manoseo, apetito sexual, ‘chupa’, promesas de amor, traición, peleas y más. Todo cambió en la vida de Claudio, de 57 años y propietario del lugar, pero no ocurrió en un pestañeo, todo fue parte de un proceso de fe y amor a Dios, pero también a sus seres queridos.

“Un día estábamos con mi familia en la playa, disfrutábamos del mar, el sol y la arena. De repente se acercaron unos chicos a pedirnos ayuda. Nos conmovimos tanto al verlos, estaban extremadamente delgados, les temblaban las manos, no coordinaban sus movimientos. Fácilmente nos dimos cuenta de que eran consumidores”.

Tiempo atrás, su esposa, Elisa Merchán Navarrete, le había pedido que se dedicara a una actividad, que sirviera para ayudar a los necesitados. “Mi señora es cristiana y me insistía en que cierre el night club. Finalmente, sus plegarias tocaron mi corazón y decidí hacer el cambio”. El lugar, que funcionó por cuatro años como un ‘chongo’, reabrió sus puertas el 1 de abril de 2019, pero como centro de rehabilitación para adictos.

Los jóvenes se rehabilitan en las habitaciones, las mismas que antes servían para los encuentros íntimos.Christian Vinueza

Actualmente acoge a 18 jóvenes de diferentes cantones del país. En los casi dos años de haber cambiado de actividad, el centro ha ayudado -según Claudio- a más de 300 chicos con problemas de droga y alcoholismo.

Jubilación, dinero y reflexión

Tras pertenecer 22 años a la Policía Nacional, Claudio se jubiló y recibió un buen billete por sus años de servicio. Era 2010 y quería invertir ese dinero en algo que le permitiera disfrutar de las ganancias. Fue visionario y en un viaje a Playas se percató que en el balneario no había un night club ‘bien puesto’, con una variada oferta de placer, así que decidió comprar un terreno en la vía a Los Pocitos y levantar su negocio.

En poco tiempo el lupanar ya estaba listo. Y fue un éxito. “Trabajaban colombianas, venezolanas, también ecuatorianas, eran 12 chicas. Atendíamos de lunes a sábado. No me puedo quejar, me fue bien”. Y como no le iba a ir bien, si llegaban más de 300 personas los fines de semana.

Como centro de rehabilitación ha recibido a 300 chicos, en casi dos años. Pero esa misma cantidad de personas recibía en una semana cuando era burdel. La tarima donde bailaban las chicas sirve ahora para dar consejos espirituales.

Sin embargo, Claudio comenzó a sentirse vacío, tenía dinero y diversión, pero algo faltaba en su vida. Buscaba un trabajo que de alguna forma me permitiera ayudar a los demás, dice.

Luego de la reflexión en la playa con su esposa, Claudio continuó con el proceso de cambio hasta que le cerró las puertas al desenfreno. “Ahora me siento en paz con Dios, conmigo y mi familia”.

Reciben terapias y son desintoxicados en las habitaciones.Christian Vinueza

Elisa agarra la mano de su pareja, asiente y lanza el mensaje calcado: “Ahora estamos mejor, ayudamos a estos jóvenes. Aquí hemos recibido a chicos que muchas veces no quieren aceptar que tienen problemas”.

Ella, quien además es la directora del centro, explica que los jóvenes son adictos a drogas como la H (compuesta por heroína, cafeína y diltiazem), marihuana, cocaína, heroína y al alcohol, y que la mayoría llegan desnutridos, con ojeras y llagas en los pies.

Como el caso de un joven huérfano que fue llevado por un vecino hasta el centro. Lo apadrinaron y ayudaron a salir de su adicción. “Sabemos que ahora está trabajando, que ya no consume. Nos enorgullece saber que pudo cambiar su vida y nosotros dejamos el mundo de la perdición para ayudar a las personas”, afirma Elisa.

Testimonios del cambio

Geovanny (26) es uno de los ‘huéspedes’ de Nueva Vida en Cristo. Por su adicción incluso llegó a robarle a su familia. Sin embargo, cree en la rehabilitación.

“Estuve al bordo de la muerte. Un día le supliqué a mi mamá ayuda. Era adicto a la heroína, la consumí por años, pero ahora soy una persona nueva y creo que todos podemos tener una vida digna”, cuenta el guayaquileño.

"Nunca estuve de acuerdo con el negocio de mi esposo. Oraba todos los días y le pedía al Señor que ya no deseaba un chongo. No fue en mi tiempo, fue en el tiempo de Dios”.Elisa Merchán, directora del centro de rehabilitación

Javier (20), playense de nacimiento, también se desintoxica como parte del tratamiento que aplican en el centro para eliminar las huellas de la H, sustancia que lo alejó de sus seres queridos.

Creado como night club funcionó desde el 2015. Cuatro años después se convirtió en centro de rehabilitación.

“Ahora tengo cuatro meses recibiendo tratamiento. Agradezco el esfuerzo de mis padres. Pero, así como este lugar cambió radicalmente, yo también puedo hacerlo”, expresa.

Marcelo (22) también cree en las segundas oportunidades. “Ahora me doy cuenta que puedo disfrutar sin una sustancia, me he reconciliado con Dios. He cambiado mi forma de ver las cosas”, apostilla confiado en no volver a comer de la basura o robarle dinero a su familia por culpa del vicio.