A un año de la desaparición de sus hijos, tres padres de familia aún lloran su ausencia. Sus hijos fueron víctimas de la violencia que azota a la provincia de Esmeraldas, donde bandas criminales se disputan el control del territorio y el narcotráfico. De ellos solo encontraron sus cabezas, que tuvieron que sepultar sin el resto de sus cuerpos. Ellos son parte de los más de 230 asesinatos que se registraron en Esmeraldas en 2023.

Luis –49 años– trabajaba como ayudante de albañil. El 15 de marzo de 2023 salió de su casa en el barrio Voluntad de Dios, al sur de Esmeraldas, para cobrar su sueldo. Nunca regresó.

Dos días después, su madre, María (nombre protegido), recibió una llamada anónima que le indicaba que fuera a recoger la cabeza de su hijo en una bolsa negra que estaba tirada en una esquina. Ella fue y reconoció a su hijo por un lunar en la mejilla. “Fue horrible, no podía creer que fuera mi hijo. No sé por qué le hicieron eso, él no se metía con nadie”, dice.

La mujer –que ahora está a cargo de la crianza de sus nietos– aduce que Luis no tenía enemigos ni problemas con nadie. Cree que su hijo fue confundido con algún miembro de una banda o que fue víctima de una extorsión.

Tampoco ha podido encontrar el resto del cuerpo de su hijo, que sigue desaparecido. Solo pudo sepultar la cabeza en el cementerio de la ciudad, donde le puso una cruz con su nombre. “Quiero que se haga justicia, que se encuentre a los culpables y que se sepa la verdad. No es justo que maten así a la gente inocente”, reclama.

Darío era un estudiante de 17 años que soñaba con ser médico. El 17 de abril de 2023, salió de su casa en el barrio 50 Casas, en el sur, para ir al colegio. No llegó.

Una semana después, su madre, Mirna (nombre protegido), vio en redes sociales que habían encontrado la cabeza de un joven en el puerto pesquero de Esmeraldas, donde el 11 de abril se había perpetrado una masacre contra pescadores que dejó nueve muertos. Enseguida, reconoció a su hijo por el piercing que tenía en la nariz. “No sé cómo llegó ahí, él solo iba al colegio. No sé quién le hizo eso, ni por qué”, relata

Según Mirna, Darío era un buen estudiante y con muchos amigos. Quería ser médico para ayudar a la gente. No sabe si su hijo tenía algún problema o si se relacionaba con alguna banda. Su tumba sigue incompleta, donde ella colocó una foto de él. “Quiero que se haga justicia, que se encuentre a los culpables y que se sepa la verdad”, finaliza.

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Andrés era un taxista de 23 años. El 20 de mayo de 2023 salió de su casa en el barrio Codesa para trabajar. Al día siguiente, su padre, Pablo (nombre protegido), recibió una foto en su celular que mostraba la cabeza de Andrés sobre el capó del taxi, que estaba abandonado en una carretera de tercer orden. “Fue un infierno, no podía entender qué pasaba. Él se dedicaba a trabajar para mantener a su familia, nunca lo vi en malos pasos”, recuerda.

Según el padre, su hijo solo se esforzaba por su familia y no sabe si estaba involucrado con alguna banda. Como ellos, existen cientos de casos de asesinatos, desmembramientos y descuartizamientos que se han registrado en Esmeraldas en los últimos años.

Según las autoridades, estas bandas están vinculadas con grupos armados ilegales de Colombia, que aprovechan la porosidad de la frontera para ingresar al territorio ecuatoriano y expandir sus negocios ilícitos. Los tres progenitores colocaron denuncias en Fiscalía, pero no han tenido respuestas.

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